En un país donde el 90 por ciento de la población es urbana, Maritsa Puma vive en el campo. Nació en Bolivia hace 20 años y, cuando tenía 11, emigró a la Argentina junto a su madre, sus dos hermanas y tres hermanos. La familia entera se instaló en el gran La Plata, en donde comenzaron a trabajar en la quinta de unos tíos.
Maritsa tiene un poder especial al hablar. El primero de agosto de 2018, durante un “despacho” en la celebración de la Pachamama en la quinta de su madre, compartió su experiencia y emocionó a sus compañeros de la ronda de productores agroecológicos de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT). También tomó el micrófono en la primera manifestación del último noviembre en contra de la nueva Ley de Semillas (que se discutirá este año en el Congreso) y habló sobre el valor de la vida, de la libertad de los campesinos y de la importancia de la diversidad como base del sistema alimentario, al lado de Nora Cortiñas, de Myriam Gorban, de Walter Pengue, de Lalo Bottesi, representantes de primera línea de los Derechos Humanos, de la Soberanía Alimentaria, el campesinado y ambientalismo nacional. Ese mismo día subió al anexo y expuso en la Comisión frente a diputados y representantes de los laboratorios y semilleras. A veces, atiende en el almacén de Ramos Generales que la UTT tiene en Almagro o en los de Luis Guillón y San Vicente, y se la veía en muchos de los feriazos que desde la unión organizaban para visibilizar las poblemáticas del sector. Allí vendían toda la verdura a 10 pesos el kilo, una forma de llegar a los consumidores con un precio anticrisis y a un valor justo para los productores. Desde la organización denuncian que llegan a tener que vender a 2 pesos el kilo de mercadería, porque los distribuidores se los fijan, y que luego se venden al público a más de 50. Desde enero, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires prohibió los feriazos.
Sentada en los pasillos de Puan, la sede de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, luego de haber participado en una Jornada de Jóvenes Indígenas, Maritsa se ofrece a una conversación sin reparos. Su voz se entrecorta por momentos, su mirada se pone vidriosa: un paseo por un mar de emociones, imágenes, pensamientos y reflexiones. Un encuentro con una productora que aplica métodos naturales y sin venenos: la verdura, la fruta y las leguminosas que consumen más de 60 familias en un año. “Alrededor de 250 personas mínimo, bien alimentadas y con variedad”, aclara. Ella y Rubén, su pareja, lo hacen en una media hectárea que alquilan en El Pato, partido de Berazategui.
La UTT está formada por alrededor de 10 mil familias de 15 provincias. El año pasado el gobierno nacional despidió a casi 550 personas del entonces Ministerio de Agroindustria, de los cuales 447 eran técnicos y técnicas de la Subsecretaría de Agricultura Familiar y no destinó presupuesto a la actividad que, con el 13 por ciento de las tierras cultivadas del país, produce el 60 por ciento de los alimentos que consumen los argentinos.
-¿Qué necesitan ustedes como quinteros, campesinos periurbanos?
-Un pedazo de tierra para producir. Si no tienes un terreno, no puedes construir tu casa, siempre es una casilla precaria de madera con una pésima instalación eléctrica. A veces los que te alquilan la tierra no te permiten construir una casa en el terreno alquilado, y si te lo permiten, a veces los contratos duran muy poco tiempo porque empieza a avanzar la ciudad o sube demasiado el alquiler y te tienes que ir a un lugar donde casi no hay caminos, no hay luz. Y tenés que volver a empezar en otro lado, hasta te hacen cortar los árboles que plantaste a veces. La principal lucha que tiene la UTT es la de la tierra. Porque muchos campesinos están tan presionados con tanto que pagar, que se podría evitar con la agroecología, pudiendo dejar de comprar agroquímicos podrías pagar un crédito. Además, sabes que ese suelo es tuyo. No lo vas a maltratar, a envenenar. Vas a hacer lo mejor posible porque sabes que tus hijos van a vivir ahí. Estas casas en las que vivimos ahora, si no se te incendian, se inundan, o viene algún viento y se te vuela el techo, se golpea todo. No sabes ni adónde ir, todos los niños llorando ahí adentro, es muy difícil.
Maritsa forma parte del Consultorio Técnico Popular (COTEPO) de la UTT, se formó como técnica y asesora a otros productores en el uso y producción de insumos biológicos. Cocinan ortiga u otras “malezas” para fertilizar, combinan flores y hortalizas para contener a las plagas e insectos, y producen el fermento estrella: el bocashi, un hervidero de bacterias, hongos y minerales que es néctar para las plantas, lo que podría ser un probiótico al ser humano.
-¿Qué es lo que mejor sale de tu campo?
-Todo (se ríe). Tomates, acelgas, apios, kale, lechuga, puerro. Ahora como tenemos sólo un pedacito de invernadero y el resto campo, ponemos brócoli, zanahoria, remolacha, que resisten más al cambio del clima. También tenemos chauchas, porotos, habas, arvejas y empezamos a producir alfalfa porque vamos a tener gallinas.
-¿Qué disfrutás más de todo lo que hacés entre el activismo, el campo y las clases?
-Creo que descubrir. A veces en el campo hacemos un purín de menta que no tenías idea si funcionaría, y ves que sirve. Que estaba ahí y que no lo sabías, y poder después compartírselo a otra persona.
“La esperanza es que el humano no controle todo: hay cosas que son naturales”
-¿Cómo fue el paso a la agroecología en tu familia?
-Mi mamá trabajaba de medianera cuando alquiló la quinta con nosotros. Un medianero trabaja con un patrón que pone el terreno y el 50 por ciento de los materiales, semillas, insumos. El medianero pone el otro 50 por ciento y el trabajo, y van 50 y 50 con las ganancias. Hay otros que hacen al 30 por ciento o al 25, que sólo ponen el trabajo y el patrón manda. Mi mamá es muy independiente, así que cuando le llevé para hacer sulfopacha o bocashi la primera vez, no lo pensó dos veces. El sulfopacha lleva azufre,que sale de los volcanes, y cal, que antiguamente fueron rocas. Es un caldo mineral que se hierve unos 45 minutos más o menos y sirve principalmente como fungicida o repelente de plagas, también es algo fertilizante. Además, cada vez que se va a Bolivia trae semillas de flores que tiene hace años. Azucenas por ejemplo, las tiene desde el 85, las tenía allá y las trajo para acá y las sigue reproduciendo por todo el campo.
-¿Eso sirve para alejar a los insectos?
-Claro, a las flores en los invernaderos las ponemos en las orillas y entre medio de los palos donde no pasa el tractor. Quedan ahí para siempre y sirven para atraer avispas o abejas, porque hay plantas que necesitan polinizarse y también mantienen lejos a otros insectos. Es como un pedazo de bosquecito que tenemos, los bichitos llegan y se van reproduciendo ahí. Ayudan a generar biodiversidad. Lo mismo que hacemos arriba del suelo, lo hacemos abajo. Con el bocashi por ejemplo. En la UTT hay distintas áreas. Está la de Género, de Salud, de Vivienda Segura y hay una que es la Agroecología, la COTEPO y está conformada por algunos ingenieros, como la Chueca (Javier Scheibengraf) y después por productores que aprendieron y empezaron a recuperar las formas que producían sus padres, sus abuelos. ¿Cómo es que antes producíamos sin químicos y ahora los tenemos que usar? Hasta a veces se cree que no se puede producir sin químicos. La forma en la que cultivaban la papa en distintas zonas, como la mayoría venimos de Bolivia, algunos de Tarija, otros de Potosí, de Santa Cruz, en cada departamento se producían distintas cosas y acá se produce de todo. Se fueron recuperando los saberes y las semillas. Mi mamá tiene y trae sus semillas de maíces, zapallos, flores, tomates, lechugas.
-¿Y crecen acá también a pesar del cambio de clima y de altura?
-Las primeras veces no, hay que adaptar a las semillas. Por ejemplo el zapallo, ese enorme que acá le dicen gris plomo y allá le dicen quintalero, que se usa para muchos festivales, la primera vez que lo sembramos la planta creció enorme pero no dio muchos zapallos. Pero a esos les sacamos las semillas y las plantamos y se está adaptando, cada vez va dando más.
-¿En Bolivia llegaron a usar agroquímicos?
-No, mi mamá de chica trabajaba sin agroquímicos. Ella decía que para curar los duraznos hacían hervir ruda y con una pajas finitas que se le dicen champas, se subían a una escalera y los rociaban, salpicándolos. Eso era fumigar para ellas, no existían las mochilas ni los agroquímicos, trabajaban de esa manera. Cuando llegamos acá tuvo que aprender otra forma. Allá hacían todo el trabajo del suelo con animales, tenían que preparar los arados, las yuntas. Acá pasa un tractor en dos segundos y la tierra queda como un polvo. Después tenía que aprender la dosis de los agroquímicos, usar qué para qué. Cuando los dejamos de utilizar para mi mamá fue independencia. Como es mujer y estaban todos mis tíos varones, le decían qué hacer, con cuál curar, en qué momento. Cuando ella se salió de allí y pudo alquilar su propia quinta fue más libre, podía poner sus flores por donde pensara, una parra de uva, lo que quisiera.
“¿Cómo es que antes producíamos sin químicos y ahora los tenemos que usar? Hasta a veces se cree que no se puede producir sin químicos”
A mediados de 2018, un estudio del SENASA reveló la presencia de 80 agroquímicos en frutas y hortalizas, entre ellos, cuatro sustancias que están prohibidas y otras seis que no están autorizadas, poniendo en duda la seguridad de los productos frescos que compramos en verdulerías y supermercados. Hace dos años, la ONG Naturaleza de Derechos tuvo acceso a esa información también. En la UTT cuentan con 120 hectáreas agroecológicas, libres de estos químicos, y según los integrantes de la COTEPO, hay un efecto contagio que parece marcar la tendencia.
-¿Cómo es un día en el campo?
-A veces estoy todo el día en el campo. Hay días y días. Si hay mucho trabajo para la tarde, estamos tranquilos hasta las 9 de la mañana, vamos a carpir un rato (carpir es sacar el exceso de yuyos), hacer algo liviano a la mañana porque a la tarde, por ejemplo, tenemos que armar como 120 bolsones. Entonces hay que cosechar, lavar la verdura, armar los atados. A la tardecita nos vamos a comer algo y a la noche volvemos a armar los bolsones hasta como las 11 de la noche. Después vienen bien temprano en la mañana a buscarlos así no se marchita la verdura. En invierno crecen más lento las plantas, y llueve o cae rocío, hay que ir bien temprano a cosechar y casi que se te congelan las manos, y te mojás toda la ropa, quizás hay barro. Y si tienes un hijo que no tienes con quién dejarlo, lo llevas con vos, lo subes al carrito. Por eso hago agroecología también, si curas con agroquímicos y vas con tu hijo o hija, y tienes frutillas o algo que quieran comer o que por si solo agarre una planta y se la lleve a la boca o se chupe las manos, puede intoxicarse. Pasa mucho, me entero constantemente de personas que cuentan ” no sé qué le pasó, hoy estuvimos en la quinta, comió una banana y luego tuve que ir corriendo al hospital porque le agarró fiebre y diarrea y en el hospital no me quisieron atender”.
-¿Y por qué todavía hay tantos productores que no se pasaron a la agroecología?
-A los talleres vienen como 100 personas por vez. Muchos te escuchan y se emocionan y hay otros por falta de tiempo dejan de escuchar y se van. Los que escuchan o no se quedan con ningún contacto o viven lejos o se quedaron con dudas, se hicieron un purín y no les salió y sintió que olía a podrido y no lo usó, y entonces no insisten. O porque alguna vez alguno usó un purín y no lograron sacar al bicho entonces se convenció de que no se puede. Y los que sí nos pasamos, perdimos algunos cultivos o quemamos algunas cosas por no pegarle a la dosis, tuvimos algunos errores. Es necesario ser constante también. Yo pienso que nadie le quiere hacer mal a nadie, ya muchas personas saben que una planta vaya contaminada al mercado le hace mal al que la come. Muchos hacen responsable al agricultor. También dicen que si esos agroquímicos se usaran bien, las verduras no estarían contaminadas y todos seríamos felices. Pero con químicos el productor va a seguir en el mismo sistema, explotándose a sí mismo y comprando agroquímicos y sin poder poner los precios de su mercadería. Los almacenes y la venta directa en ferias o bolsones son muy importantes para nosotros.
-A referentes de la soberanía alimentaria se les escucha decir que el rol de la mujer es central en la transición hacia la agroecología. ¿Vos estás de acuerdo con esto?
-En mi familia no fue algo tan raro de aceptar, la agroecología. Nosotras ya cosechábamos nuestra propia semilla. Poníamos, por ejemplo, las berenjenas más grandes a secar y le sacábamos las semillas, esas cosas las hacíamos las mujeres. Yo creo que para nosotras es normal. En la quinta, dejar de tratar a las plantas como si fuesen un objetivo sólo económico, tratarlas como a tus hijos, si las estás curando con un veneno, esa planta no es feliz, no le hace bien ni a la planta ni a quien la coma. Yo creo que una mujer lo entiende más por sus hijos también. Si un hijo tiene frío una va y lo abriga, mientras quizás el padre estuvo paleando una zanja.
“Muchos campesinos están tan presionados con tanto que pagar, que se podría evitar con la agroecología, pudiendo dejar de comprar agroquímicos podrías pagar un crédito”
Maritsa se va motivando al hablar, cuenta que la enoja “que te hagan creer cosas que no te permiten crecer nunca”, pero que tiene esperanza en situaciones de crisis nos demos cuenta de que lo único que en realidad necesitamos son los alimentos. “La naturaleza lo hizo, como se mantiene desde hace un montón de tiempo. La esperanza es que el humano no controle todo: hay cosas que son naturales”, sentencia.
La conversación sigue. Hay pausas, hay momentos para pensar, para recordar.
-¿Cómo fue la llegada a Argentina?
-Allá en Bolivia tenía muchas amigas y amigos. Como mi mamá trabajaba de maestra, casi cada año nos mudábamos de pueblo. Éramos 6 hermanos y había escuelitas que necesitaban un mínimo de 10 alumnos o iban a cerrar. Por eso buscaban una profesora que tuviera muchos hijos, así poder mantener la escuela abierta y esos chicos pudieran estudiar, si no eran 4 horas de viaje para llegar a otra escuela. Allá tenía muchos amigos, íbamos de casa en casa. Acá fue diferente. Casi el día que llegamos, fuimos a ver la quinta donde íbamos a trabajar porque mi mamá tenía hermanos aquí. Ellos le dijeron que venga por unos problemas familiares que tuvimos. Aquí conocí la palabra explotación infantil, porque en todos los campos siempre ayudé a mi mamá, a mis abuelos, mi mamá los ayudó a ellos, siempre ayudábamos en el campo. Si había mucho para hacer, antes de ir al colegio, para donde salíamos a las 7:10 más o menos, nos metíamos antes en el campo y cosechábamos unas jaulas de acelga, nosotros hacíamos unas 50 y mi mamá se quedaba después con unas 40. Y ahí me di cuenta que era muy explotador para nosotros el trabajo y para mi mamá también. Yo, al igual que casi todos los bolivianos, sufrí mucha discriminación, por la forma en la que te vistes, por la forma en la que hablas o cómo te presentas. Por lo que te gusta escuchar de música. Por eso es que casi yo no hablaba, era muy sumisa o tímida.
-¿En dónde eran esos campos?
-En La Plata, sería la zona Abasto. Ahí estudié en la Escuela Agropecuaria Número 1. Había muchas palabras, por ejemplo, que yo no las tenía en mi vocabulario ni tampoco las entendía y así. Estuve varios años sin tener muchos amigos hasta que llegaron unas tres amigas.
Con una de ellas, se presentó a un concurso. “Al terminar la secundaria hice un proyecto que consistía plantear una solución a algún problema de la zona para un concurso en el que participaban escuelas agropecuarias, provinciales y nacionales. Se me ocurrió desarrollar una quinta donde no se utilicen más químicos, el proyecto se llamaba “Control de Plagas por Plantas Aromáticas”. Casi todo un año estuve poniendo plantitas. Surgió la idea porque una vez en la quinta pusimos semillas de albahaca que no nos nació porque era verano. Volvimos a preparar el suelo, entonces, y pusimos morrón. Cuando el morrón salió, también nacieron las albahacas y las plantas crecieron juntas. Esa temporada nos había atacado un pulgón y en los lugares donde no había albahacas los re atacó, y donde estaban las albahacas salieron unos morrones enormes. Ahí me di cuenta de que había algo que existe pero que no nos habíamos dado cuenta antes. Empecé el proyecto con una compañera. Pusimos romero, albahaca, orégano por distintos lados en tomate, morrón y berenjena, y vimos que algunas plantas hacían que ciertos bichos no vinieran”.
-¿Eso fue antes de conocer el término Agroecología y de integrarte en la UTT?
-Sí, fue antes de conocer a la UTT. Es por eso también que entré. Yo antes sabía de lo orgánico, pero entendí que lo agroecológico es más digno. Cuando me enteré que invitaban a talleres de agroecología y me comentaron que se elegían promotores por base y me decían que ya había personas produciendo así, me emocioné. Después del colegio y de este proyecto un poco había dejado eso de lado porque había empezado a estudiar Astronomía en el Observatorio de La Plata. Siempre quise reciclar, cuidar animales, pero por el estudio había quedado un poco de lado todo eso, no tenía casi tiempo, además nació mi hija.
-¿Por qué Astronomía?
-Me encanta mucho la Física, la Química. Creo que también es una carrera que a diferencia de Medicina, por ejemplo, no tiene tanto que ver con las personas. Porque cuando salí del colegio no quería ni ver a las personas (risas).
-¿Cómo diste ese salto de ser tan tímida a hablar en los cursos, en los actos, en los feriazos?
-Yo doy talleres porque creo que es una ayuda tremenda. De la misma manera que a mí me ayudaron. Me di cuenta sola, pero después de conocer a Bernardo Castillo, Javier Scheibengraff, Javier Paniagua, los técnicos de la UTT, aprendí muchísimo con ellos.
-Dijiste antes que lo agroecológico es más digno, ¿por qué?
-Mi mamá trabajaba en una quinta orgánica certificada y eran peones. Trabajaban de medianeros y aunque sea una verdura sana, el quintero sigue viviendo en las mismas condiciones, nunca progresa, tiene su patrón. La palabra agroecológica la entendí mejor en la UTT porque mi proyecto no era tan amplio. Tenía el objetivo de sacar los agroquímicos, de que haya alternativas, pero no lo había pensado como un cambio social.