Estaba de vacaciones en la playa con su ex novia y la hija de ella. No paraba de pavear con unos pañuelos y un fernet, imitando a la ministra Patricia Bullrich. Decidió grabarlo y mostrarlo en Instagram, cuando todavía era una red de fotos sin demasiado contenido. Fue entonces cuando Martín Rechimuzzi entendió que era eso lo que tenía que hacer, incluso si sólo lo iban a mirar los amigos.
El niño que hizo imitaciones desde que tuvo voz, que creció viendo a Antonio Gasalla (“El palacio de la risa fue un fenómeno increíble”); el que enseguida entendió el poder de reírse de sí mismo (“era gordo y no jugaba a la pelota, un objeto de bullying por defecto”) hoy tiene en su cuenta de Instagram más de 78 mil seguidores que disfrutan de sus personajes: la ministra Patricia, Handel –emparentado con el presidente Mauricio Macri aunque él aclare que no es exactamente Macri-, el intendente Porcino de Punta Quemada y Randall López, el periodista latino que apela al más rampante sentido común de los vecinos.
Ahora, un jueves de lluvia, minutos después de las seis de la tarde, Rechimuzzi sale de FutuRock, donde conduce Furia Bebé con Malena Pichot y Señorita Bimbo. Lo esperan dos chicas. Él sabe que es a él a quien buscan. Se acerca con total naturalidad, posa para la selfie, ellas le agradecen y se van contentas por la experiencia 3D que tuvieron con el flaco que las hace llorar de la risa desde las pantallas de sus teléfonos.
-¿Qué es lo mejor que te aportan las redes sociales?
-Quitarle el peso a lo que es un hecho humorístico. Eso de que para trabajar de humorista tenés que hacer una obra, para unas personas que tienen que venir, moverse, pagar. ¡Ya no sucede más eso! Es mucho más simple hacerlo. Y a la vez obliga a mejorar. Ahora no es sólo el chiste. Tenés que producirlo, actuarlo, subirlo, ofender a los correctos.
-¿Te ponés a pensar si los que likean irían a un espectáculo tuyo?
-No. Para mí es importante ampliar la discursiva. Y en ese sentido las redes no tienen comparación.
-¿Qué onda los comentarios que te dejan? ¿Te automoderás o alguien lo hace por vos?
-No, hago yo solo todo. Me parece importante estar en relación con ese impacto. Esto de hacer algo y quedar escindido no me va. Quiero saber cómo se percibe el mensaje. Mi propuesta es abierta. Yo era muy reacio a las redes sociales, pero ahora acepté el canal, lo entendí y acepto sus reglas. Sí, es parte de esta revolución digital con su lógica más transversal. Eso es lo que hace que revisemos lo aparentemente natural e instituido.
-Como aquello del chiste por el chiste…
-Exacto. Se evitaba el hecho de que con un chiste también se construye sentido común. Veo a muchos humoristas y comediantes muy desorientados al respecto. Esto de que “ahora ya no se puede hacer chistes con nada”. Bueno, antiguamente tenían la potestad de hacer esa clase de humor, ahora ya no.
-Si el humor no cuestiona, ¿qué hace?
-El humor siempre tiene un mensaje. Siempre lo entendí así. Con el tiempo lo clarifiqué y me di cuenta de las implicancias. Uno propone un mensaje que –al menos en mi caso– no es unívoco, haciendo una invitación a reflexionar sobre eso. Handel no es Macri. Patricia no es borracha: ese no es el verdadero problema de Patricia, la borrachera; Porcino es todos los intendentes y puede tener tranquilamente una bandera peronista. Tuve la gratísima experiencia de estar recorriendo los colegios primarios el año pasado y ver cómo a los pibes y pibas les prende de Randall algo más vinculado a lo audiovisual, a los YouTubers. Entonces si eso funciona para poder llegar con el mensaje, lo incluyo.
“Con un chiste también se construye sentido común. Veo a muchos humoristas y comediantes muy desorientados al respecto. Esto de que “ahora ya no se puede hacer chistes con nada”. Bueno, antiguamente tenían la potestad de hacer esa clase de humor, ahora ya no”
-¿Qué cosas quedan fuera de tu espectro humorístico?
-Lo que suelo no incluir es aquello con lo que no estoy de acuerdo ideológicamente. Por ejemplo, me han ofrecido hacer Randall para ir a burlarse de las discursivas kirchneristas. Y la verdad es que lo podría hacer pero no me pareció. Primero por mi militancia política: creo que cualquier gobierno que amplíe derechos va a tener una chance más, kirchnerista o el que venga. Y segundo porque me parecía que era remarcar algo que todos los medios hegemónicos ya estaban haciendo, construyendo de paso un relato de lo que sería el macrismo, algo no ideológico ni político.
-Sos politólogo, ¿qué le aporta al comediante tu paso por esa carrera?
-Es más una complementariedad. Mi humor es sobre la política. Entonces ese brazo lo tengo bastante aceitado. Al principio no tenía la claridad de que iba a darse así. Entré a la facultad a los 17 a la vez que empecé a actuar con “Mosquito” Sancineto. No sabía que podían maridar esos dos lenguajes tan orgánicamente como se me da ahora. Había una idea impuesta desde el afuera que me pedía rotularme como payaso o como político. ¡Y no lo sé! Porque el payaso hace política y el asesor político medio es un payaso.
-Y hoy conviven como un todo…
-Sí, sentía que algo iba a pasar con todo eso. Durante los 90 no era muy fomentada la vida política ni la militancia. Cuando egresé del colegio yo era un joven liberal defensor del egoísmo racional, porque mi avidez política me había llevado a Junior Achievement, que promueve el logro individual, la meritocracia, la salvación de uno por sobre el colectivo. Ahora me doy cuenta de que algo me aportó, pero en sí ya no comulgo con esa filosofía. Recuerdo el momento exacto en que se me derrumbó todo el andamiaje de ese egoísmo racional. Fue una profesora, durante una toma de la facultad, y yo diciendo que la educación no debía ser pública. Ella me encaró: “Bueno, pero en esto que vos proponés, ¿cómo impacta el hecho social?”, me dijo. Ahí se me fue todo a la mierda: no volví más a ese lugar y me abracé al kirchnerismo.
-¿Alguno de tus personajes existía previamente al triunfo del macrismo?
-Sí, hacía a Handel en radio Splendid. Era un programa a las dos de la mañana que no escuchaba absolutamente nadie. Un día empezamos a leer la biografía sobre Händel, el compositor musical. Resulta que el tipo hacía unas fiestas en las que se encerraba varios días con otras personas vestidos de duendes y después salía a hacer una vida normal. Entonces empezamos a hablar de lo oculto, aunque sea obscenamente visible: como el macrismo. ¿En qué momento nos convencieron de que esta gente podía representar a personas en distritos como la Villa 31, donde ganó? ¿Cómo puede ser que se dé este fenómeno? Es obscenamente obvio que este empresario, heredero de la tradición más oligárquica –porque además de Macri es Blanco Villegas – no va a expandir los derechos o continuar con la expansión de derechos que se había dado en el último tiempo.
-Entonces, ¿esta necesidad de hacer humor sobre la actualidad se alimenta de la indignación?
-Ante todo es mi forma de ejercer la militancia. A mí lo que más me interesa es reventar el sentido. Me molesta mucho lo monolítico. Mi tema es ese. Me pasa más allá de mí mismo. Incluso en la radio vamos muy al hueso. Empiezo con algo que quiera contar, por ejemplo, que el FMI dijo que la inflación real iba a ser del 22,5 por ciento. Yo arranco de esa molestia y después decido si lo va a hacer Patricia o Handel.
-¿Lográs hablarle a públicos nuevos o queda entre los y las que ya estamos de acuerdo?
-Creo que el mensaje logra trascender el nicho. Randall, por ejemplo. Él molesta. Se para entre las generaciones que todavía le creen al señor de la tele y las que están más despiertas, que se informan de un modo más random.
-¿Tu humor le puede llegar a quienes consumen a los Randall López?
-Sí, amigos míos me mandan devoluciones de amigos y compañeros de trabajo que quizás son macristas, a quienes no les llegó orgánicamente mi humor. Primero se enojan, después se ríen, se piensan y repiensan. Lo organizan como pueden. Y no porque ellos sean los boludos y nosotros los vivos.
“Había una idea impuesta desde el afuera que me pedía rotularme como payaso o como político”
-Trabajás con unas mostras del feminismo, que están a la vanguardia comunicacional del movimiento. ¿Cómo te llega a vos el feminismo?
-Yo empecé a ponerle nombre y a comprender las tensiones que pone en juego en el último tiempo. Pero yo crecí rodeado de mujeres. Como no me gustaba jugar al fútbol vivía entre mujeres. Siendo actor, además, siempre las observé mucho. Entonces la problemática me apareció temprano. Ahora me siento un aliado del feminismo. Hoy de mis compañeras aprendo cada día. El estoicismo y el compromiso real con un modo de luchar y militar, sobre todo. La sororidad me parece un concepto maravilloso. La masificación de esa discursiva –antes reservada a las elites que se ayudan entre ellas- empodera a todas las minorías. No hay presidenta del feminismo. Esto es horizontal, nos interpela a todos y a todas. Igual obviamente lo acompaño, respeto, me considero feminista pero no me considero un militante feminista porque no soy el sujeto político para llevar adelante esa militancia.