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Nora Lezano, después del rock

Una perra, un tortugo y una casa donde “no hay tanto lugar” para escaparse. El confinamiento como “un regalo”. Recaídas, incertidumbre, ansiedad incontrolada. Todo el tiempo para llenar el instante, aunque casi no hay trabajo ni reloj. “No quiero despertarme cuando pase el temblor, quiero despertarme mientras todo temblequea. La quietud puede albergar mucha potencia”, escribe en Instagram.

 

Desde el 19 de marzo, cuando comenzó el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio, Nora Lezano apenas hizo fotos para ella. Fueron tres autorretratos: en uno está desnuda sobre una enorme pelota azul que abraza en el jardín de su casa, en el norte del conurbano; en otro se la ve a medio vestir mientras se pregunta adónde iría si pudiera; en el último, recostada sobre un sillón, acaricia a Blanqui, su perra (“el amor de mi vida”).

 

Dice que hizo esas fotos para tener un registro propio del adentro y el afuera. Sólo por eso. Sin más pretensión. “No estoy forzando hacer nada que no quiera. Dejo que todo suceda, incluso las ganas”, explica.

 

Cuando era adolescente y no había confinamientos, Lezano solía escaparse del colegio para ir a pararse frente a la casa de Gustavo Cerati, en Villa Ortúzar, con el único objetivo de verlo pasar. En esos años 80 era fanática de Soda Stereo y junto a su novio de entonces trataban de ir a cuanto recital podían. Sus carpetas de la escuela secundaria estaban forradas con la cara del líder de la banda. Un día de 1999 sonó su teléfono: 

 

-¿Nora?

- Sí.

- Soy Gustavo Cerati. ¿Qué tal? ¡Quiero hacer fotos con vos!

Al principio pensó que la llamaba un amigo suyo que solía imitar bien la voz de Cerati, pero no. No. Cuando se encontraron, Lezano olvidó que quien estaba frente a ella era la persona a quien esperaba ver pasar por las calles Heredia o Charlone y le sacó 15 rollos de fotos. Al poco tiempo volvieron a reunirse para ver el resultado de aquella sesión. Lezano le mostró las copias por contactos y él miró cada una en silencio. Cuando terminó, la tomó de las manos, las besó y le dijo: “Es la primera vez que me reconozco en fotos. No estoy hablando de verse lindo o feo: hablo de reconocerse. Gracias”. En una de las más conocidas, Cerati apoya su mentón sobre el brazo derecho, que a su vez está cruzado sobre el izquierdo. Los rulos sobre la frente, los ojos que ríen, la boca que no canta. Una camisa de mangas cortas que se adivina a cuadros. Un rostro con la barba acaso de un día. Todo a muy pocos centímetros de la lente.

 

Durante 25 años el ritmo del rock pudo verse y sentirse a través de los ojos de Lezano: Charly García, Luis Alberto Spinetta, Fito Páez, el mismo Cerati; todos y todas de aquí y de más allá. Poco o nada de esto hubiera pasado si ella no decidía abandonar la carrera de Biología que tenía pensada cursar al salir del secundario. O si un día de 1990 no se hubiera bajado apurada de un colectivo cuando vio caminando a Richard Coleman. “Le pedí, con mucha vergüenza, permiso para hacerle un retrato en la cabina de teléfono (de ENTEL) donde se había parado. Yo estaba yendo a un curso básico de fotografía y justo llevaba la cámara cargada con mi primer rollo. ¡Es increíble cómo sin querer y sin darme cuenta ‘el camino’ ya estaba escrito en ese primer rollo!”, recuerda.

 

En mayo de 2019 Lezano participó de la Bienal Internacional de Performance. Lo hizo con la muestra “Inventario”, su obra más personal. Trabajó para eso con el artista y amigo Emilio García Wehbi. Toda su vida, desde su familia hasta las situaciones más íntimas, quedó al descubierto en el Complejo Art Media, en el barrio de Chacarita. Expuso allí su faceta de “registradora compulsiva de las cosas”, porque además de fotografiar también filma y escribe. “No me quedó pasado por ver. Durante un año y medio me sumergí en mi archivo de fotos, en mis diarios, en los tesoros guardados en mi placard, en digitalizar y escuchar los cassetitos de contestador automático que conservé desde 1996 a 2003. Hasta el pelo de mi primer corte, a las pocas horas de nacer”, rememora.


Trabajo con la intuición, con la sorpresa, con el imprevisto, con el accidente y con la síntesis. Ese es mi método. Resuelvo con lo que tengo a mano. Nunca pienso la foto que voy a hacer"


Acaso es por eso que ahora, en tiempos pandémicos, afirma que la “inactividad también tiene su potencia. Vivo -agrega- en un constante ‘producir’ y crear, y esto vino bien para enfrentar la hoja en blanco. Para descansar, para vaciar, para limpiar”.

 

Hace cinco años decidió vivir como “en cuarentena” cuando se mudó a la zona norte bonaerense buscando la calma y el silencio que la ciudad no le daba. La adaptación al encierro por el virus, entonces, no le afectó mucho. “No estaba saliendo tanto. Disfruto profundamente estar sola, que tampoco es totalmente: vivo con una perra y con un tortugo. Extraño juntarme con amigos, sí, y ver a mi familia. Visito a mis papás cada 20 días, aproximadamente”, cuenta Lezano. 

 

A mediados de 2013 publicó su primer libro, que no es de fotografías. Lo llamó “Sin sueño se duerme también”, una frase que había anotado en cuaderno y pertenece a “La Cortina”, una canción de Las Pelotas. En una entrevista con “La Nación”, Lezano explicó que “llevaba un par de días sin dormir y había puesto esa canción en repetición”. Anotó, dijo, “sin sueño se duerme también”, y agregó: “sin sueño se duerme tan bien”. El libro es el registro textual de 20 años de vivencias, propias y ajenas, una suerte de "grandes éxitos" de sus diarios personales, un poemario que no tiene relación con el mundo del rock, los boliches y los camarines. Es “personal, íntimo y confesional”. No hay nombres propios, fechas ni lugares. Fue ella misma quien financió la edición del libro, que tuvo una escasa tirada. Si como fotógrafa Lezano utiliza muy pocos elementos (“voy con mi cámara, no llevo luces, trabajo con lo que hay”), el libro también combina austeridad y belleza.  Y tiene el estilo de escritura de un diario íntimo. Lezano es una gran consumidora de diarios íntimos: Anaïs Nin, Baudelaire, Victoria Ocampo.  “Me encanta escribir. Desde la época del secundario que siempre ando con cuadernos de anotaciones. Tengo uno en la mesa de luz y otro siempre llevo en la cartera. Escribo sueños, ideas, poesías, cosas que escucho por ahí, que me dicen, dibujos, collages”, afirma. 

 

Suena otro teléfono. Esta vez no será Cerati, sino Charly García. Lezano lo había fotografiado por primera vez junto a Mercedes Sosa. Dijo que ese día estaba nerviosa y emocionada. Y también temerosa porque no lo conocía personalmente, aunque le antecedía una fama de malhumorado. La llamada derivó en otro encuentro pactado para un sábado en el departamento de García, el de Coronel Díaz casi Santa Fe, en Palermo. Desde ese día se convirtieron en amigos. Con García, dijo Lezano, el trabajo es “impredecible, todo es riesgoso, hay vértigo, hay sorpresa y hay amor. Por eso me encanta”, sostuvo. De todas las fotos que le tomó, le gusta una en la que él tiene en la mano un ramo de jazmines, “porque hay un dejo de tristeza en su mirada”.

 

Para Lezano, sin embargo, la etapa del rock  está cerrada desde hace un tiempo. Era hora, dijo, “de dar vuelta la cámara” después de “muchos años de excesos y agite”. Concluyó que ya no podría volver a la vida de antes, la los recitales, sus trastiendas y celebraciones, el abuso de poder de varios rockeros, el beso que le robó Robert Plant en una prueba de sonido. Cuando comenzó a fotografiar a los músicos del rock sólo quería retratar a las personas y que en ese lapso de tiempo -poco o mucho- que dura una sesión, hubiera buena onda.  

 

Trabajo con la intuición, con la sorpresa, con el imprevisto, con el accidente y con la síntesis. Ese es mi método. Resuelvo con lo que tengo a mano. Nunca pienso la foto que voy a hacer, salvo, por supuesto, que sea para la tapa de un disco o la producción para una revista, que sí requieren una preparación previa”, comenta Lezano. 

 

Si la persona a fotografiar es un músico, suele escuchar su música en caso de no conocerlo, pero eso no condiciona la foto que quiera hacer. “No suelo leer los libros de los escritores que fotografío, por ejemplo, para Radar, el suplemento literario de los domingos de Página/12. Me gusta trabajar con la energía de la gente, más allá de que sea lo que sea: escritor, músico, actor, etc. Quiero mostrar lo que yo veo de la otra persona”, sostiene.

 

En 2009, durante una pausa en la filmación del video de “De música ligera”, en el que ella pone los brazos y él las manos para tocar los acordes finales de la canción en la guitarra, Cerati le dijo: “Basta de poner toda tu energía en esconderte. ¡Te tapás con la ropa, te escondes atrás del pelo, con la cámara! ¿Por qué?”. Ahora, en plena pandemia, Lezano escribe: “Cada día saco a la vereda los escombros del corazón -rociados con lavandina, claro- que se fueron acumulando en la locura pre coronavirus. Dejo que aflore mi voz, pero la voz que no se conoce”.

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19/05/2024