Texto: Lucas Villamil / Fotos: Xavier Martín
Ya pasaron más de veinte años desde que Analía Couceyro ganó el premio Trinidad Guevara como actriz revelación. Fue en 1996 por su trabajo en la obra El corte, dirigida por Ricardo Bartís en el Teatro Cervantes. Tenía apenas veintiún años y ese reconocimiento le confirmaba algo que ya intuía y deseaba: su vida iba a estar siempre ligada a la actuación.
El 2018 la encuentra nuevamente en el escenario del Cervantes, donde hace pocas semanas terminó de presentar La terquedad, de Rafael Spregelburd, y en pocos días estrenará Tiestes y Atreo, dirigida por Emilio García Wehbi. Durante todo este tiempo, Couceyro actuó en teatros y festivales de muchas partes del mundo, fue dirigida por los directores más reconocidos del país, dirigió obras, protagonizó películas y acumuló premios, pero asegura que su cabeza no cambió mucho respecto a aquellos años iniciáticos. Dice que tiene algunas cosas más claras, que se siente más segura como actriz, pero que por suerte el suyo es un trabajo que siempre conlleva inseguridades. “Estoy muerta de miedo por la nueva obra, pienso que me va a salir todo mal”, confiesa mientras toma un té de hierbas para amansar los nervios.
-¿Cuán diferente es trabajar con Spregelburd y con García Wehbi?
-Totalmente distinto. Son muy distintos como directores y son obras muy distintas, La terquedad y Tiestes y Atreo, ya desde la propuesta, la dramaturgia. En el caso de La terquedad, el hecho de que Rafael estuviera actuando ya coloca a la dirección en otro lugar. Para Rafael es fundamental el texto y la dramaturgia y en el caso de Wehbi yo creo que algo más de la puesta. Los textos son importantes y tienen un valor, porque no hay tanta situación sino que es más texto en enunciación, pero por ahí él está más pendiente de lo plástico, de lo visual.
-Cuando empieza el proceso para una nueva obra, ¿vos llegás con una intencionalidad o llegás vacía a ver qué te proponen?
-En general, yo nunca voy vacía. Siempre hay algo del material que me genera hipótesis y pruebas posibles.
-¿Qué es lo que te atrae de los proyectos para que los aceptes?
-El equipo y el material, y las condiciones también porque me pasa que en este momento de mi vida tampoco puedo aceptar tantos proyectos independientes o autogestivos por una cuestión económica. Eso también pesa.
-Ya llevas un tiempo trabajando en obras del Cervantes, ¿sentís cierta pertenencia con la actual gestión?
-Sí, definitivamente. Más allá de que (Alejandro) Tantanian y yo somos amigos y trabajamos muchas veces juntos, me parece que lo que está pasando en el Teatro está buenísimo, en un contexto bastante inhóspito porque la cultura está muy diezmada, hay muy poco que se esté invirtiendo, los medios audiovisuales están en momentos críticos… Me parece que el vuelco que dió el Cervantes es super interesante en ese contexto. Lo que pasó con Marx nace fue muy claro, pasaron 5.000 personas. Se instaló como un espacio de prueba, toda la programación del año pasado funcionó muy bien, además de toda la gente que vino, bajó la edad promedio de los espectadores. Se instaló un espacio donde pueden pasar cosas interesantes, donde todos queremos estar.
-Estar acá también es una suerte de reconocimiento. ¿Cómo te llevas con él?
-Yo siempre tuve mucha suerte en el sentido de que mi trabajo fue valorado desde un principio. En El corte yo tenía veintiuno y ya tuve muy buenas críticas, y me dieron premios. Eso es algo que está bueno, pero igual ahora estoy muerta de miedo por la nueva obra y pienso que me va a salir todo mal. Me parece que eso está, uno agradece los elogios pero no significan nada, en un punto. No estoy tranquila porque uno nunca compró, cada obra es un desafío nuevo, y tengo la suerte de hacer obras que siempre invitan a algún tipo de desafío, trato de no repetirme, es algo que me autoimpongo. Pero sí me siento muy querida por mis pares, por mis alumnos, y eso está buenísimo porque el teatro es un lugar de pertenencia para mí, la mayoría de mis vínculos tienen que ver con lo teatral, mis amigos son gente de teatro. Hay algo de sentirme querida y respetada en el ambiente que es contenedor, más allá de cada trabajo. Por otro lado, como está la situación, muchos compañeros y compañeras actores y actrices la están pasando muy mal económicamente, el teatro independiente está sufriendo la crisis económica, el teatro oficial tiene pocos lugares, entonces me siento muy privilegiada.
-¿Qué es lo que te da miedo del estreno?
-Equivocarme, no estar a la altura de lo que imagino, a la altura de la obra, repetirme, olvidarme la letra.
-¿La recepción del público y la crítica?
-No, no tanto. Confío en el material. Creo que siempre los nervios tienen más que ver con que funcione, con que se arme.
“Uno agradece los elogios pero no significan nada, en un punto. No estoy tranquila porque uno nunca compró, cada obra es un desafío nuevo”
-¿Qué te atrajo de Tiestes y Atreo?
-Cuando me convocó Emilio, la obra no estaba escrita todavía. Se sabía que se iba a trabajar a partir de la tragedia de Séneca. Me pareció muy interesante la tragedia original y, sobre todo, el tema que Emilio había elegido para hacer foco en la obra, que tiene que ver con la antropofagia, con que de alguna manera las generaciones más adultas se comen a las más jóvenes. De alguna manera tiene un poco que ver con El corte. En El corte se hablaba de un país que mataba a sus hijos, de que había muchas muestras en nuestra historia de que era un país que mataba a sus hijos. Y Tiestes y Atreo es eso también, es cómo se cercena lo nuevo, lo joven, lo que pueda traer cambios, en función de algo que ya está instalado. Eso me pareció super atractivo. Y además me dieron muchas ganas de trabajar con Emilio porque nunca había trabajado con él. Sí había trabajado con Maricel (Alvarez) y tenía muchas ganas de volver a hacerlo.
-García Wehbi cambió todos los personajes hombre por mujeres.
-Obviamente no es casual, hay una decisión política en eso, la obra se hace eco de algo que está sucediendo donde hay cada vez más elencos de mujeres. Además, en la obra solo las hijas, las que van a ser fagocitadas, se enuncian como mujeres, hay algo de que el poder todavía es masculino.
Otros elencos femeninos con los que Couceyro trabajó recientemente son el de la película La sabiduría, dirigida por Eduardo Pinto y protagonizada por Sofía Gala, Paloma Contreras y ella, y el de Las hijas del fuego, la última película de Albertina Carri en la que Couceyro cumplió el rol de dialoguista. “Es nuevo para mí ver esos diálogos que yo imaginé en boca de otras actrices. Estuvo buenísimo, fue muy lindo”, afirma.
Después de hacer La terquedad y Tiestes y Atreo la espera otra puesta en el Teatro San Martín. Son obras demandantes, intensas, con funciones largas cuatro o cinco veces por semana, y la actriz necesita poder proyectar descansos. Entonces, la posibilidad de estar en otros medios, ocupando un lugar diferente, suena atractiva. Dice que hace muchos años que quiere dirigir un proyecto cinematográfico, pero que hasta el momento el teatro no le dio tiempo para eso.
“A mí me encanta el teatro, amo el teatro pero también siento que después de esta seguidilla voy a necesitar un descanso, por lo pronto de la actuación, que es muy desgastante, poner el cuerpo en escena es fuerte y lo estoy sintiendo. Me parece que cuando uno trabaja en alguna disciplina artística podría animarse a todo, ese sería el ideal, cuanto más uno interactúe con otras disciplinas, mejor”.
“Hay algo de la actuación que tiene que ver con la avidez, con la voracidad de querer tragarse cosas, robar cosas de diferentes disciplinas, de la imaginación de uno y de diferentes personas, y poder traducir eso en actuación”
-¿Necesitás el cambio?
-Sí, definitivamente. También para eso, para reencontrarme con la actuación y que no me gane el oficio. Por suerte, todas las obras que vengo haciendo me generan un desafío, me generan mucho trabajo pero no es un trabajo sin deseo, la pulsión está siempre presente.
-Como docente, ¿qué es lo esencial que buscás transmitir a tus alumnos?
-Creo que lo esencial, que no se puede transmitir mucho pero que es imprescindible, son las ganas. No es lo único, obviamente, pero hay algo de la actuación que tiene que ver con la avidez, con la voracidad de querer tragarse cosas, robar cosas de diferentes disciplinas, de la imaginación de uno y de diferentes personas, y poder traducir eso en actuación. Hay algo muy fuerte que a mí me sigue pasando con esa necesidad, esas ganas, y al mismo tiempo hay algo que me parece muy emocionante del rito teatral. Yo no puedo entender la gente que hace teatro y no va al teatro.
-¿Se puede aprender esa voracidad o la tenés que tener adentro?
-Creo que la tenés que tener, pero también hay algo contagioso, cuando el teatro está vivo es como un virus que se contagia, y ahí uno tiene que tener ganas de estar en eso, a uno le dan ganas.
-¿Es muy diferente al cine?
-Totalmente diferente. A mí me gusta mucho hacer cine, me gustaría hacer más, pero es totalmente distinto el trabajo. El cine tiene algo que se agradece mucho que es que queda. En el último Bafici fui a ver Los Rubios porque se cumplieron quince años desde el estreno y fue super emocionante porque fuimos con mis hijos y con el hijo de Albertina… Y también fue muy emocionante el año pasado el estreno de Actriz, un documental que hizo Fabián Fattore sobre mi trabajo, en el que también está la conciencia de algo que queda.
“Cuando uno trabaja en alguna disciplina artística podría animarse a todo, ese sería el ideal, cuanto más uno interactúe con otras disciplinas, mejor”
-En ese sentido el teatro es contracultural, va a ser analógico para siempre.
-Y me parece que eso le viene bien. Lo que pasó con La terquedad fue muy llamativo, que tanta gente haya venido a ver una obra de tres horas y media. 38.000 personas vieron La terquedad. Me parece que eso tiene que ver también con que es una experiencia nueva para un montón de gente.
-¿Tenés referentes que veas actuar y quieras transmitir lo mismo?
-Si, un montón. Hay algo fundamental que es ver actores y actrices y entender por qué uno los admira, qué le gusta, qué pueden hacer que yo no… Eso me pasa… el ejemplo más grande era (Alejandro) Urdapilleta, de fascinación por una persona actuando. Pero sinceramente me pasa un montón, y me pasa mucho con mis pares, incluso con amigos -Javier Lorenzo, Diego Velázquez, Pilar Gamboa-, y también con alumnos me puede pasar. Hay algo de lo que uno puede admirar de la actuación que no tiene que ver necesariamente con tener a alguien endiosado o en un lugar inalcanzable. Obviamente admiro a Isabel Huppert, pero también admiro a un montón de compañeros.
-También te toca actuar con muchos de esos amigos. ¿Sigue siendo un juego la actuación?
-Me parece que si se pierde el juego se pierde todo. Ahora, por ejemplo, es un placer enorme estar trabajando con Maricel. Nosotras habíamos trabajado juntas en Almas ardientes y, si bien Emilio no cree en la idea de escena, hay algo más de monólogos y no tanta interacción, verla trabajar es poderoso, atractivo. También trabajé mucho con Cristina Banegas, que es mi amiga pero eso no implica que no haya momentos en los que me quedo como fascinada viéndola actuar. Pero hay algo de la complicidad entre los actores que siempre está presente, y el elenco de Tiestes y Atreo está buenísimo.