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Publicado por Javier

Pilar Gamboa: “No van a poder con los artistas”

Texto: Pablo Díaz Marenghi / Fotos: Estrella Herrera

 

 

“Cuando se prende la cámara, vas a buscar el partido. No siempre lo podés ganar”. La frase es de Pilar Gamboa y la pronuncia con absoluta calma, mientras le da forma a un cigarrillo de tabaco armado. En un bar ubicado en una esquina de Villa Crespo, la actriz reflexiona sobre su presente y la época en un año que la tuvo como una protagonista destacada de la cultura argentina: su grupo teatral Piel de Lava (lo completan Elisa Carricajo, Valeria Correa y Laura Paredes), que ya lleva más de diez años, realizó una retrospectiva de todas sus obras en el Teatro Sarmiento que agotó funciones, estrenó una nueva obra (Petróleo) en la que hacían de hombres y fue un éxito. Se estrenó La Flor, película titánica de catorce horas de duración dirigida por Mariano Llinás, donde se luce realizando personajes variopintos y encantadores, y que resultó ganadora de la Competencia Internacional del BAFICI. “Soy muy trabajadora” afirma.

Pese al reconocimiento de la crítica, que la coloca como una referente del teatro independiente, se la ve humilde y sencilla. Con naturalidad, alterna entre las bambalinas de un teatro público y los camarines de un inmenso estudio televisivo: “La tele es un montón de maquillaje, todo el pelo con rulos, tacos. No ando así en la calle. A mi no me va a pasar la de Lali Espósito. Lo digo como un dato objetivo. Creo que tiene que ver con esto de la producción. Yo ando más tranqui. Bastante más tranqui” afirma entre risas y bajo un maquillaje mínimo, casi imperceptible. Pilar lee, en sus tiempos muertos, cuentos de Abelardo Castillo y va a recitales cuando puede (“soy fan del rock platense. El Mató y 107 Faunos me encantan”). En diálogo con Almagro reflexiona sobre sus objetivos, sus desafíos como actriz y su forma de entender la política, que la encuentra con una confianza plena en la revolución de las mujeres.

-¿Cómo fueron tus comienzos en la actuación?
-No tuve una vocación de niña. Terminé el secundario y estaba perdida. Vengo de una familia de mucho consumo cultural, de ir al teatro, al cine. Era muy lectora. Siempre me fascinó bastante ese mundo pero nunca me imaginé ejecutándolo. Cuando terminé la escuela pensé en laburar y en estudiar actuación. El único lugar que conocía era el conservatorio. Hice el curso de ingreso pero no entré. Me busqué en una lista y no estaba. Ahí me desorienté. Pensé “si no entro acá es porque no va”. Por suerte estaba con mi hermana, que me sugirió hacer un curso en el Centro Cultural Rojas. Acepté. Arranqué con Cristian Drut. Tengo el recuerdo de empezar y no poder parar de hacerlo. La primera vez que improvisé pasó algo del orden de lo mágico. Mucho cebe grupal. A partir de ahí no es que dije “soy actriz”. Nunca me lo planteé en esos términos. Pero me fascinaba. Ensayábamos en la semana, mostrábamos trabajos, nos juntábamos con mis compañeros de ese momento (muchos hoy son amigos) y se me empezó a abrir un mundo no solo vocacional sino también humano. De chiquita era histriónica e imitaba. Siempre tímida igual. Imitaba y todos se morían de la risa pero después cuando me decían “hacelo” no me animaba. Un poco de esa manera me fui asomando a la actuación. Más que nada al teatro. Hice talleres de formación con Drut, después con (Ricardo) Bartis y Alejandro Catalán, mi gran maestro. Empecé a ver otro tipo de obras, como El pecado que no se puede nombrar o La máquina Hamlet, que me modificaron por completo.

-¿Qué es lo que más te moviliza a la hora de actuar?
-Me fascina ese momento (que sobre todo se da en teatro, porque tiene algo de lo vivo) de creencia absoluta: todos los que están sentados en las butacas piensan “esto que me van a contar ahora pasó”. Es rarísimo. Alguien podría levantarse y decir “todo esto es un malentendido”. Sin embargo hay una cosa medio milenaria, como que alguien te cuente un cuento, vos lo escuchás y lo creés. Esa magia que se produce ahí, en ese momento, es lo que más me cautiva. Aunque la función salga mejor o peor. Hace poco hablábamos con las chicas, las Piel de Lava, de qué depende que una función sea buena o mala, si uno repite la partitura. De qué depende que salgas cebado, que te querés tomar una birra, que pasó algo. Uno ya tiene el termómetro de eso. Como cuando vas a un recital y sucede. Pensábamos que si supiéramos eso no haríamos más teatro. Porque uno sale a la cancha para que ese milagro se produzca. Siempre. Sale a ganar. Eso es así. Pero a veces perdés. A veces no ganas. En el teatro, también, tiene que ver con la energía de todos. Porque uno siempre está repitiendo lo mismo. A mí siempre me preguntan: “¿Y no te cansás de decir todas las noches lo mismo?”. Es la misma partitura pero nunca es lo mismo. Creo que tiene que ver con los que te miran en ese momento y en ese lugar. Es medio chamánico, por ahí, pero hay algo de lo grupal que genera eso. Eso te lo da el teatro, a full. Es el lugar de esa magia por excelencia. Por eso me encanta.

-¿Cómo ves al teatro independiente de Buenos Aires?
-Siempre fue un hervidero. Sigue siendo el lugar por excelencia que soporta las tormentas. Hay algo de los artistas que soportan las tormentas. Viajé bastante con las obras de (Mariano) Pensotti, con Romina (Paula) y en Europa se daba el siguiente diálogo: “-¿Se juntan y ensayan sin plata? -Bueno, sí, pero hablemos de la obra”. Había cierta fascinación más allá de las condiciones de producción. Sigue siendo un lugar muy candente. Me parece que lo que pasó con los directores de cine, con la generación de Mariano (Llinás) sobre todo, es que antes los directores de cine para hacer sus películas buscaban a actores que habían visto dentro del formato de cine. La generación de Mariano, de Santi Mitre, empezaron a mirar actores de otro lugar. Empezaron a ver teatro. Ahí se produjo un cruce recontra interesante entre los dos lugares. Ahora es común ver una ópera prima con un actor que vos no conocés. O que es del teatro pero no es conocido. Esos lenguajes nos empezaron a cruzar. La Flor surgió de esa manera.

“El actor carga con ese peso de ‘hace siempre lo mismo’. Es una mochila medio fuerte para un actor porque, finalmente, uno tiene esta voz, tiene estas manos y tiene este envase. No tenemos la estructura yanqui de que te pagan para que engordes noventa kilos para una película y después te meten en un spa y te adelgazan”

-¿Cómo te sentís moviéndote en ámbitos de trabajo más independientes, como el circuito teatral que soles transitar, y mainstream, como la televisión?
-Son re distintos. Piel de Lava es una familia. Un laboratorio. Es anarquía pura. No hay jefes ni horarios. En realidad los hay, porque la anarquía exige responsabilidad y la tenemos. Todo se define entre las cuatro. Lo otro es lo otro. Imaginalo. En un punto, me siento muy privilegiada de vivir de lo que me gusta hacer. Primero, el haber descubierto qué es lo que te gusta. Para mí siempre la peor pesadilla es no saber finalmente qué era lo que me gustaba hacer. Haberlo descubierto me parece un montón. Después, vivir de eso, me parece la gloria misma. No es tan fácil que suceda. La situación me produce cierto agradecimiento: me van a pagar por actuar. Es del orden del milagro. En ese sentido lo valoro. Después, son lugares incomparables (Piel de Lava y la tele). Hay lugares en donde yo sé perfecto cuáles son las reglas de juego, o por lo menos las entiendo, y entonces sabés hasta dónde podés ir y hasta dónde no. La tele, para mí, funciona como una gimnasia actoral bastante interesante. De ir y resolver. No siempre se resuelve bien cuando es todo tan instantáneo. Me puedo mover en los distintos ambientes. Por supuesto que hay lugares donde me siento más afín y cuando actúo algo está más en riesgo, y lugares en donde uno va casi con el oficio más el cariño, el grupo humano que se arma y todo a salir a la cancha a jugarla medio sin haberla pensado. Que también tiene su vértigo y es interesante: ir por todos los lugarcitos, meterse y estar un rato siempre está bueno, más allá del dinero, por supuesto.

-¿Sos selectiva en tus proyectos?
-Comprobé que la intuición es una herramienta importantísima. Lo primero que pensás, si ese puede ser el termómetro, es espectacular. No siempre se puede. Por suerte puedo elegir. Pero elijo siempre lo que me va a poner un poco más en riesgo como actriz. No elijo en términos de protagonismo. Si me gusta la historia para narrar y tengo una parte que me copa hacer, la hago. Me manejo por un caminito por donde voy tranquila. Tocando las dos teclas, o todas las teclas que haya y pueda, calladita. Haciéndolo. Trabajando. Me siento cómoda. Cuando me llega algo que siento que me pone incómoda en algún aspecto, la pienso. Tampoco es que tengo un criterio tan definido. Es muy intuitivo. La intuición a veces te sale y a veces no. En general te sale. Y que salga significa que la vas a pasar bien, no que te vas a llenar de plata o vas a ser una mega actriz. A veces vivís mejor, a veces peor, pero podés vivir. Eso ya es un montón.

-Algunos actores/actrices se mantienen en cierta zona de confort, repiten ciertos gestos que ya dominan.
-El actor carga con ese peso de “hace siempre lo mismo”. Es una mochila medio fuerte para un actor porque, finalmente, uno tiene esta voz, tiene estas manos y tiene este envase. No tenemos la estructura yanqui de que te pagan para que engordes noventa kilos para una película y después te meten en un spa y te adelgazan. A mí me pone mal cuando dicen “hace siempre lo mismo”. Entiendo a lo que van, pero también uno es uno. Yo, cuando tengo que actuar, pienso a los personajes más de adentro hacia afuera. Por ahí son sutilezas. En ese sentido, Petróleo fue una fiesta porque dijimos: “vamos a hacer de varones”. Entonces ahí hay que actuar componiendo, que me parece lo más divertido que un actor puede hacer. Componer un personaje. Eso fue fascinante como experiencia. Todavía no estamos en una zona con la coctelera tan batida. Se va a empezar a hacer, pero sigue estando el binomio de la mujer y el varón en la ficción. Todavía no llegó a desdibujarse ese cruce como para que uno se pueda deconstruir un poco. Cuando una cosa me sale, lo que te empieza a pasar es que ya no me divierte. Me divierte más lo complicado. Ponerse un poco más en riesgo. ¿Puedo hacer esto? Eso ya me abre una puerta enorme para actuar. Me parece un termómetro también. Cuando algo es complicado es más divertido.

-¿Qué mirada tenés sobre el cine nacional?
-Tengo la sensación de que a pesar de todo no van a poder con los artistas. Aún en las peores épocas, siempre hay alguien que está haciendo algo. Como sea. Sin toda la estructura del INCAA, sin el catering, hay alguien que siempre va a estar haciendo algo. El vaciamiento de la cultura es notorio y muy preocupante. Te das cuenta que las estructuras públicas tienen una mentalidad más comercial. En un mundo más justo, la entrada a un teatro público debería ser gratis. No debería pensarse en términos de éxito/fracaso un espectáculo que se pone ahí sino en estructuras de investigación. También están cambiando los paradigmas. El cine sufrió un coletazo enorme. Filmé, pero con películas que se iban a hacer en un momento y se pospusieron hasta que les dieron la plata. Muchas veces se suspendieron rodajes porque no llegaron los créditos prometidos. Y la energía aguantadora de toda esa gente es enorme: hay que estar a punto de filmar y tener que suspender todo porque no tenés la plata para hacerlo. Es un poco triste la situación. Sobre todo con tanta gente con capacidad y herramientas que hay en una ciudad y un país como este, culturalmente. Me cuesta entender que la cultura no sea prioridad. Me parece una actitud demoníaca. Que la gente pueda ir a ver teatro o cine te hace una vida mejor. Te hace menos violento. Se te disparan zonas tuyas de tu profundidad que hace que la vida cotidiana, si tenés ese mundo adentro, te sea más fácil. Con toda la gente pobre que hay, ¿qué voy a pedir? ¿que vayan al cine? Entiendo que primero tienen que comer y entiendo que primero todo. Primero todo. Pero es muy angustiosa la situación. Lo cíclico. Es muy angustiante sentir que siempre estás en el casillero de largada. Es como un ludo. Llega un momento que es muy angustiante estar siempre en la largada. O que nos hagan creer que estamos siempre en la largada. Después, cada uno en su vida seguro avanzó un montón de casilleros. Pero el contexto es tan deprimente que decís: “otra vez lo mismo”. Para mí es angustioso y hartante. A la vez no me imagino viviendo en otro lugar. Soy de acá. El otro día me tomé el subte y pensaba: “La gente está re triste. Todo el mundo mirando el teléfono. Agotado”. Tengo esa sensación de cansancio. Miro las caras de las personas y digo: “Somos un pueblo cansado”. ¿Cómo no va a ser violento? ¿Me están cargando? Obvio que va a ser violento, si estamos agotados. Cuando un nene está cansado llora, grita y pega. Es lo mismo. No sé. Hice películas con esta estructura. Filmamos con más o menos presupuesto. Se está filmando mucho menos. Esto es así. Recibí un montón de propuestas y este año, claramente, bajó un montón. Confió que, igual, por tener una mirada esperanzadora, no van a poder. No van a poder porque no es tan fácil. Estaremos en la largada siempre pero todos nosotros no. No, ¡no! La mayoría de la gente que conozco es buena, trabaja, se toma las cosas en serio. Estamos ahorcados. Está difícil.

“En los políticos no veo que peguen el salto. No veo el paso del tiempo. No veo sabiduría. En los artistas, sí. El artista es una especie de esponja. Empezás a crear, a hacer algo, y estás hablando (también) de otro montón de cosas pero sin ponerlo como estrategia. Esa es la gran diferencia entre la política y el arte. Si la política aprendiera del arte, el mundo sería cien veces mejor”

-A veces en los momentos más difíciles es donde hay más producción y más movimiento.
-Ojalá. Yo creo que hay que rockearla. Hay que salir a rockear. Y rockear es hacer una obra de teatro en el medio de no sé donde; rockear así. Hay que salir a tocar. Ahí hay que pudrirla. Para que, por lo menos, el contexto nos sea más amable. Confío en eso: en las situaciones de crisis hay que arengar. Y hay que arengar desde el lugar de cada uno. Por ahí es un poco naif pero tampoco nos van a destruir. Veo gente que está recontra mega angustiada, políticamente angustiada, y también me da bronca. Digo, ¡dale!, entiendo que te haga sufrir el contexto pero, si le damos la derecha cagamos. ¡Ya son! . Ya tienen para tirar al techo. Todo lo que pasó ahora con las mujeres, el movimiento y todo ese cambio de paradigma, confío horrores en eso. El término de la marea (verde) no es menor. Confío en nosotras. Algo se está modificando. Y yo lo veo. Lo veo en mis mínimas relaciones de trabajo. Ya un chabón, cuando va a decir algo, lo tiene que pensar. Eso ya es un montón. Es un cambio radical. Después pueden estar un poco más o un poco menos permeables. Por supuesto que hablo de la escala donde me muevo. Pero funciona como una onda sonora que va a ir expandiéndose. ¿El dólar? Ni idea. ¿Sabés la cantidad de gente que ni siquiera está pensando en el dólar? Porque no pueden pensar en el dólar. A la vez, obvio que sí. Te obligan a pensar en esos términos todo el tiempo. Son términos un poco exclusivos. ¿Un jubilado está pensando si el dólar está a $40? Está difícil con las redes sociales: lo que aparece, es. Está muy difícil de rastrillar un poco. De ir más abajo. Hay una inmediatez muy perversa. Los políticos gobiernan por Twitter. Imaginate el nivel de demencia. Y lo que ponen, es. Y uno va y hace el hipervínculo con todas las cosas y va de un lado a otro y salís con la cabeza frita. Porque no entendés nada. Porque lo único que hacen es apabullarte por todos lados de posibilidades de la tragedia. La tragedia es la gente durmiendo en la calle. ¿Qué Twitter?

-¿Qué puede hacer un artista en estas situaciones de crisis?
-Hacer lo que sabe hacer el artista. El Indio Solari hizo esos temas que te volaban la cabeza, y que te estaban hablando de lo que estaba pasando. El artista, en el momento en que se pone a trabajar su obra, es un acto político. Y habla desde ese acto político. Si después me hablás de los partidos políticos, ¿qué sé yo? Gente muy poco afín a mi manera de ver el mundo. Yo hago política con lo que hago. Opino desde ahí. Estoy re a favor de que todo el mundo opine, también. Eso de “es actor, no puede decir”. Si alguien es actor y quiere decir “me encanta esto y lo defiendo” me parece bien. No lo juzgo ni lo veo con otros ojos. A mi me cuesta alinearme en general. Salvo a mis grupos de pertenencia. Ahí me alineo. Lo más mega macro me da medio vértigo. Mientras uno aporte algo, con responsabilidad, me parece bien. No juzgo al que profesa su simpatía política. Yo no necesito hacerlo, porque no tengo simpatía por la política. Creo en otras cosas. Cuando veía la plaza llena el día de la votación (de la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo), me pareció muy fuerte. Esa es la política que a mí me gusta. Cuando surge de adentro de las casas para ir a ver qué está pasando. En los políticos no veo que peguen el salto. No veo el paso del tiempo. No veo sabiduría. En los artistas, sí. El artista es una especie de esponja. Empezás a crear, a hacer algo, y estás hablando (también) de otro montón de cosas pero sin ponerlo como estrategia. Esa es la gran diferencia entre la política y el arte. Si la política aprendiera del arte, el mundo sería cien veces mejor.

-¿Cómo definirías tus objetivos actuales en torno a la actuación?
-No lo pienso. No pienso el rumbo o en términos de carrera. Si tengo que pensar en un objetivo, sería intentar aportar algo de belleza, aunque suene de “Caramelito en Barra” lo que digo. Poder decir algo que esté más o menos bueno. Cuando tengo las posibilidades de hacerlo. No siempre las tengo. O no siempre estoy en ese contexto para lograrlo.