Fotos: gentileza CC Haroldo Conti
Se llama Daniel Fernando Cavarozzi pero en la calle, hoy, pocos lo identificarían por ese nombre. El asunto cambia, sin embargo, si hablamos del Payaso Chacovachi. “Chaco”, como también lo llaman los más cercanos, por estos días reparte el tiempo entre talleres online y la escritura, en su Facebook de cosas como esta: “Lo primero que tendrías que ver brillar en un payaso/a callejero/a es su propia felicidad. Lo segundo es su convicción y libertad. Lo tercero es su arte”.
Está claro: cualquiera que haya presenciado una función de Chacovachi coincidirá que las tres condiciones se cumplen cuando, en el centro de una ronda en una plaza o arriba de un escenario, él de repente pega un volantazo en la narración de su obra para provocar una risotada general.
Pero en estos días sin funciones, Chacovachi, a los 58 años, escribe y reflexiona sobre eso que es desde hace cuatro décadas: un payaso. Uno malo, dice él (Nota: su espectáculo se titula “Cuidado! Un payaso malo puede arruinar tu vida). Ácido, argentino, filósofo, loco, político, singular, corrosivo, alegre, a veces oscuro, podrían decir entre el público.
Un rasgo más no puede faltar en Chacovachi: el del payaso callejero. Desde que empezó, cuando la última dictadura militar se tambaleaba en el poder, la calle, la plaza pública, ya sea en Recoleta, Necochea u otro lugar, es el terreno en donde Chacovachi se hizo conocido y que nunca abandonó.
Pero ahora, en una charla por Zoom con Almagro Revista, cuenta que llegó a las plazas “de casualidad”. “Yo estudiaba mimo en la escuela de (Ángel) Elizondo y llega una convocatoria, para ver si un alumno o algún profesor quería hacer algo en alguna plaza. ‘Encuentros en el parque’ se llamaba, en donde los artistas independientes se juntaban, de alguna manera, para presionar a los milicos que ya decían que se iban a ir o estaban en esa instancia. Era como volver a la democracia, algo que ni conocía porque cuando le hacen el golpe a María Estela yo tenía 12 años, todavía no entendía muy bien esto de la política. Mi familia media gorila también, entonces de política… Y voy a la plaza y lo que me cambia la realidad absolutamente son dos cosas: una, el público. Era la señora que vivía al lado de mi casa, era el tipo que iba ahí, por Parque Centenario. Y después que empecé a pasar la gorra, porque lo vi en una serie de televisión, Fama. Yo ni sabía que se podía pasar la gorra, iba para llevar la experiencia, que era brutal, a la escuela de Elizondo. Entonces todo empezó a suceder ahí. Pasé la gorra y la primera vez me alcanzó para comprar puchos, pagarme un taxi y comer pizza con mis amigos. O sea: fue un éxito”.
-En otras entrevistas contaste que tocabas la guitarra y jugabas al fútbol, y en un momento dejaste estas dos cosas y te embarcaste en el tema de ser payaso, ¿en qué momento te diste cuenta que lo otro te generaba menos interés que ser payaso?
-Fue muy sencillo, porque yo con la música tuve una banda, de adolescente, tocamos en algunos teatros…
-¿Qué tocaban?
-Yo tocaba el bajo, en una banda que se llamaba Clericó y hacíamos canciones de rock. Éramos un trío que después sumó un piano, bajo, batería y guitarra y ese estilo de rock argentino, y estoy hablando de mediados de los 70. Éramos como los hijos del hippismo. Y escuchaba Pappo, pero me gustaba todo y esa poesía más rústica, o la más elaborada como la del Flaco. Pero la verdad es que yo tenía un toscano en el oído. Siempre supe que no iba a ser la música, porque no tenía condiciones. Yo intentaba escribir letras, cantaba en algún tema porque era mandado. A veces presentaba porque tenía ese histrionismo, ya natural, y a mi me gustaba agarrar el micrófono, decir estupideces. Pero musicalmente no era bueno. Y yo vengo de una familia de trabajadores, en algún momento tenía que ir a trabajar, conseguir dinero.
-Tu papá empleado público y tu mamá maestra.
-En algún momento tenía que conseguir dinero y la música no me lo iba a dar, y el fútbol tampoco. Jugaba bien y soñaba como todo pibe pero después enseguida me di cuenta que que ir a probarme a River ya era todo un lío y yo a los 14 años ya fumaba. Era consciente de que era un sacrificio, enseguida entendí que no era patear la pelota en la puerta de mi casa. En cambio esto del arte callejero realmente es lo que me hizo perdurar y después desparramé en otras artes.
-Pero también es un sacrificio.
-No fue para mí. Yo estudiaba mimo en la escuela de Elizondo. Pero no por el arte en sí, sino porque era de noche, era un ambiente lindo, había chicas y chicos divertidos. No entendía eso muy bien, al arte como arte, como expresión. No entendía esto que entiendo ahora, que es una forma de comunicación, un mensaje a alguien que no conocés o yo qué sé. Mis ídolos, que eran mis maestros, se cagaban de hambre. Omar Viola que es el director y el creador del Parakultural, Batato (Barea), ¡toda esa gente se cagaba de hambre! Laburaban para diez borrachos a las cuatro de la mañana. Y yo quería ser uno de esos diez borrachos.
-Tenías una familia que te dejaba hacer, porque tal vez en aquellos tiempos…
-Conmigo estaban medio como curados de espanto, yo tenía muchos problemas, era muy peleador, cada dos por tres me tenían que ir a sacar de la comisaría. Sabían que fumaba marihuana desde los 15 años.
“Pasé la gorra y la primera vez me alcanzó para comprar puchos, pagarme un taxi y comer pizza con mis amigos. O sea: fue un éxito”
Chacovachi, entonces, hace una pausa y estira el brazo. “Mi madre era una gran lectora -dice-. Todavía tengo libros de una biblioteca gigante de ella. El otro día encontré este”. ¿Cuál es el título de la obra? “Guía para la familia del enfermo mental”. Chacovachi se mata de risa. “Leí eso y dije ‘pobre mi vieja’. Pensaba que tenía problemas en el marulo. Jajajaja”.
Volvemos a sus comienzos como payaso en la plaza y la famila: “Después tuve los dos años del servicio militar, casi voy a la guerra de Malvinas. Al final tuve suerte, y todo eso hizo que ‘bueno, si Fernandito está contento con esto que hace, que lo haga”. Y enseguida, a los seis meses, empecé a ganar dinero. Porque con lo del bajo perdía dinero, mi vieja me bancaba, me compraba el bajo, ¡nunca gané un puto mango! Pero con lo otro ya ganaba, entonces me vieron entusiasmado, ganando dinero de buena ley y enseguida mi vieja, siempre, y mi viejo que era un tano más yo qué sé, también entendió eso, y me dejó porque claramente no le encontraba la fisura ilegal a la cosa”.
-Pero antes te mandaban a trabajar, de algo más tradicional, o a estudiar carreras como medicina o derecho.
-Sí, mi hermana estudiaba computación en esa época, y yo no terminé el secundario, terminé de noche, y todavía debo tener alguna materia. Pero en seguida eso cambió, porque a los dos o tres años de trabajar en las plazas yo ya era un profesional, vivía de mi profesión. Me caso por primera vez, me alquilo un departamento, me lo banco, no tenía que pedirle guita a mis viejos, me compro un auto, empiezo ya a viajar, la cosa en seguida funcionó. Triunfar es vivir de la profesión para el artista, ¿no? Yo enseguida viví de la profesión y eso me dio un plus, hasta de alguna manera legalizó todo. Mi viejo falleció el año pasado, pero los últimos años siempre me decía “¡cómo me equivoqué con vos!”. Porque yo de alguna manera, entre comillas, era exitoso. Aparte tengo una familia que amo, la verdad me siento bastante exitoso, lo logré.
-¿Nunca tuviste un ofrecimiento para estar en la tele o en un teatro más comercial?
-Tuve muchos ofrecimientos, tuve uno muy groso, hace unos diez años, del Cirque du Soleil. El Soleil, todos lo conocen y me habían escrito unos meses antes, yo viajo mucho y tengo una cierta fama en el exterior, en Brasil, en España, quizá más que acá. Porque nadie es profeta en su tierra…
-Pero acá sos reconocido.
-Pero allá tengo contratos que ni se comparan, yo llego a Brasil y me va a buscar un productor al aeropuerto, me lleva a un hotel que nunca pagaría en mi vida, los caché son buenísimos, he trabajado en los mejores teatros de San Pablo, y así en un montón de lados. Entonces había una cierta fama y yo tengo un estilo que ahora ya es más común, pero hace unos años no lo era tanto, esto del payaso “malo”, pero no malvado, sino malo de juego, que es el payaso normal, el ser humano normal, porque todos dicen “el clown es el niño que tenés adentro”. El niño que tenés adentro, el loco, el enfermo mental, todo exagerado y con el fin de hacer reír claramente. Y recibo un mail que me dice “hola, del Cirque du Soleil”, y me empieza a hablar en francés. Yo le pongo: “no hablo francés”. Me pide el teléfono, le mando el de casa y me olvido. Unos meses después estoy comiendo un asadito con mis amigos, le estoy por entrar al chinchulín y suena el teléfono. Era el tipo este, un francés que hablaba bastante bien español, que me decía que me estaba hablando desde Quebec, que era el que me había escrito antes y que iban a sacar un nuevo espectáculo en Las Vegas, con cinco payasos y habían pensado en mí como uno de los cinco, que era un payaso malo, y me empieza a contar. El tipo me empieza a contar la dramaturgia del espectáculo, y me dice, “y vos, por ejemplo, al principio saldrías afuera del teatro a hacer globitos con los pibes pero en vez de hacerle globitos lindos le hacés…” ¡y me empieza a contar mi número! El número mío del globito donde yo hago una víbora que está constipada, un perrito al que le faltan las dos patitas de atrás, mutantes, y todo ese tipo de cosas. Me cuenta mi propio espectáculo. El Soleil es así, o te compra o te roba… como los poderosos. Y la verdad que yo lo escuché y tendría que haberlo dejado correr un poco más para ver hasta donde llegaba -se ve que me agarró miedo de que me interese mucho-. Y le dije que no me interesaba. Cuando le digo que no me interesa el tipo me dice “¡qué libertad!”. Me hizo bien eso. Pero yo tenía el Circo Vachi, que era mi proyecto y donde yo trabajé mucho años y le puse todo. Tenía 20 personas trabajando en el circo, mis amigos, tenía una familia, una casa que estaba construyendo.
-Pero ahí había muchos dólares.
-Sí, sí, había un contrato de dos años, había mucha guita. Yo sabía, por otros amigos que habían trabajado (con el Cirque du Soleil) que hasta le podía vender, decirle “ese número es mío pero te lo vendo”. Todo es transable, podía haberle dicho “yo no quiero trabajar pero te entreno un payaso, te doy mi numero, te entreno un payaso dos meses, me voy a Quebec, me pagás un montón de guita y me vuelvo”. Podría haber hecho una tranza económica, pero no tenía la experiencia en ese momento.
-¿Pero qué fue lo que te llevó a decir que no?
-Esto mismo que te dije, yo tenía -yo tengo- mi propia vida, no hay nada que me la compre. Y eso era comprar mi vida porque yo tenía que irme con mi familia dos años, mi nene estaba entrando a la primaria, Lola (su hija) no estaba todavía, mi casa, el gallinero, no estaba terminado. Y el árbol de palta no había dado palta y así cada cosa. Tenía el Circo Vachi y no podía. Si hubiera tenido 20 años te digo que sí, pero yo ya tenía 40 años. Y una familia donde ya me iba a quedar, donde ya me anclé y con mucho amor. Era como una locura, era realmente venderle el alma al diablo, vaya a saber pa’ qué. Yo también ganaba mi dinero, gano mi dinero, tampoco era que lo necesitaba. Y para agarrar un trabajo tiene que tener tres cualidades, tiene que haber dos de las tres P: plata, placer y prestigio. Si están las tres, no lo podés dudar. Tiene que haber dos de tres para agarrar. ¿Uno de tres? Y bueno, quizá necesitás plata. No pasa nada. Prestigio no tenés que necesitar. Y placer, bueno, si te vas por placer puede ser… Pero tiene que haber dos de tres. Y ahí dinero había, pero yo ganaba bien en esa época. Ahora estamos muertos todos, pero en esa época yo estaba laburando muy bien. El placer sabía que no iba a ser, porque a mí no me da mucho placer laburar para otro, nunca firmé un contrato en mi vida (sí un contrato de tres funciones en tal lado, que empieza y termina). Pero un contrato de dos años, uno en donde vos le das al tipo poderes sobre vos, decisiones de creación y todo eso, no lo había hecho nunca en mi vida. Y como eso también la tele. Al principio en la tele me ofrecieron muchas veces, pero cuando me llamaron de la tele para hacer alguna boludez de payaso siempre dije que no. Sí fui a entrevistas, no soy boludo, me interesa porque es una forma de difundirte, pero a hablar de mí, de lo que yo creo, pero ir a hacer un número de payaso a la tele, no, por muchas razones.
-¿Por qué?
-La primera de todas es que yo de vez en cuando soy creativo y mí métier es repetirlo como si fuera la primera vez en distintos lugares del mundo y para gente distinta. Si yo trabajo en la tele lo que hago lo ven cinco millones de personas, y no me va a pagar nada. Y yo a cinco millones de personas le tengo que sacar, por lo menos, cinco millones de pesos, una gorra barata. Eso es lo primero. Después a mi no me gusta trabajar -yo llamo trabajo a trabajar para otro-. Yo soy muy trabajador, pero si tengo que pensar que me tengo que levantar todas las mañanas e ir a laburar a una oficina… Después las presiones no me gustan. A mí me han llamado por teléfono a las diez de la mañana diciéndome (N. de la R.: interpreta una voz acelerada) “Chaco, ¿cómo estás? Escuchame estamos acá en la producción…” y yo sabía que estaban tomando merca desde las ocho de la mañana porque estaban re presionados. Yo recién me levantaba, iba a tomar mate… nunca me volví loco, no soy merquero porque no me meto en todo ese mundo, me fumo un faso, al revés, ¡para relajarme! “Tenemos que salir con la cámara, ¿no tenés una idea? Porque para la tarde…”. Estaban locos, y yo no quiero eso. Imaginate, voy a trabajar, los primeros 20 programas hago cosas que ya hice, puedo zafar, ¿y después qué hago? Empezás a robarle a los demás. ¿Y después qué hacés? Hacés mierda. Y después todo termina.
“Mis ídolos, que eran mis maestros, se cagaban de hambre. Omar Viola que es el director y el creador del Parakultural, Batato (Barea), ¡toda esa gente se cagaba de hambre! Laburaban para diez borrachos a las cuatro de la mañana. Y yo quería ser uno de esos diez borrachos”
-Hay algo que mantenés desde el principio, que es que te presentás en la calle, ¿qué tiene la calle para vos?
-Bueno, primero es un lugar económico, y yo gano dinero. Sigo viviendo de la calle. Mis entradas son: viajo por el mundo, me contratan para los festivales y para dar talleres, ahora estoy con una escuela online de payasos que quiero hacer, que ya arranca ahora, pero por esta circunstancia particular, y estoy re contento porque la posibilidad es bárbara. He trabajado muy pocas veces estatalmente, a veces algún municipio me llama para hacer funciones en algún teatro. He hecho Chocolate y cultura, que era un programa de ir a las villas que me encantaba, viajo bastante a Brasil y laburo en los bares. He trabajado un miércoles a la noche con tres amigos en un bar y también es dinero, todo suma. Y la plaza toda la vida me ha dado… Si yo hago un recuento de toda la guita que gané en vida la gorra es el 90 por ciento. Y ahora ya estoy viejo, ya no hago todos los fines de semana porque no voy a una plaza, programo, pero todo lo que programo es generalmente en plazas, o en lugares al aire libre, y la gente asiste porque lo ve en Facebook o porque ese lugar tiene un público propio. Yo hago mi función y paso la gorra. Pero la calle sigue siendo un lugar que a mí aparte me da una temperatura, del humor del pueblo, de la política, y cuando viajo por Europa siempre me contratan para funciones al aire libre porque allá todo sucede al aire libre, en Brasil lo mismo.
-Recién mencionaste que tomás la temperatura de lo que está pasando, de cierto humor social. ¿Cómo hacer reír acá en Argentina, en un país con tantas pálidas? ¿Es más fácil, es igual?
-Si me decís el momento de mayor éxito de toda mi carrera fue el verano del 2002, después de diciembre de 2001. Se pudre todo acá en Argentina y yo tenía el circo en San Bernardo, un circo a la gorra, al aire libre, de verano, con las gradas del corso, que le alquilaba al corso de Gualeguaychú, unas gradas de 60 centímetros para mil personas, en redondo, y yo alquilaba un terreno, montaba un circo de verano a la gorra, con una compañía muy grande de 20 personas, trapecistas, músicos en vivo, cocinera. Vivíamos en el circo, jugábamos ahí. Un amor de verano, empezaba en la mitad de diciembre, terminaba la primera semana de marzo. Y se pudre todo en 2001, y nosotros mismos con toda la guita en el banco, para la producción.
-Esa temporada…
-Fue la que más éxito tuvimos. La gente cuando sucede todo esto es cuando cuando más necesita reír. Ahora, puede pasar, por ejemplo, cuando ganó Macri en el 2015, esas funciones del 2016, diciembre de 2015, fueron tristísimas, porque el pueblo estaba triste. Entonces intentaba reír, pero no podía. Distinto al 2001, cuando el pueblo estaba loco. Podés estar loco, podés estar triste, son cosas distintas. Entonces el ánimo social cambia. Cuando está triste es difícil que la gente ría, pero igual lo necesita. Cuando estás loco, la llave está abierta desde la risa y es mucho más fácil, pero la temperatura social es distinta. Me acuerdo cuando perdimos 5-0 con Colombia, no podías trabajar en la plaza. Ese domingo fui y no trabajé. No trabajó nadie. Era imposible. De la misma manera que no es lo mismo trabajar en cada lugar de la Argentina, como no es lo mismo trabajar en cualquier lugar del mundo. Entonces yo trabajo con un orden específico y una dramaturgia donde decís esto y esto, realmente tengo una idea pero la voy transformado, cada espectáculo que hago es una mezcla entre el público que me ve, la circunstancia y las ganas que tengo yo en el momento. Y elijo el material que uso generalmente, especulo, tengo algo para empezar, algo para terminar, pero yo voy decidiendo en el momento, entonces todo eso influye mucho. Con el diario del lunes te digo “esto pasó ayer” y puedo analizar por qué y por qué rieron mucho, por qué rieron más, siempre hay un porqué. O sea, cuando la gente ríe mucho no es porque yo solamente estoy espléndido. No, hay muchísimas circunstancias. No son lo mismo, por ejemplo, las funciones con poca gente, que son funciones aunque menos voluminosas de ruido, mucho mejores de gorra.
-¿Por qué?
-Porque la gente cuenta. “Somos mil. Si todos le ponemos cien pesos este tipo va a ser millonario y yo sigo siendo pobre”, podría pensar la gente. Y te cuenta. En cambio, si somos 20, está por llover, llueven cuatro gotas… “el tipo se la bancó, le pongo todo lo que tengo”. Es una cosa muy particular. No es teatro, es una conjunción de muchas cosas que hace lo que sucede ahí.
-¿Qué experiencia te ha dejado un aprendizaje en todos estos años que recuerdes?
-De todas las cosas que hice tengo para aprender. Seguro. Cada vez que pienso una producción que hice, sobre todo las producciones, digo, “Uhm, hubiera sido mejor si hubiera actuado de esta manera”. Uno va aprendiendo con la vida y de las relaciones con los otros. Toda la vida podés luchar por ser menos enojón. O menos loco. Y a veces cuando la realidad te mete un cachetazo tenés que aprender, pero nunca terminás de aprender, siempre aparece algo nuevo. Yo aprendí en todos los aspectos, yo me deconstruí una barbaridad, en todos los sentidos. Y deconstruirse es ir aprendiendo nuevas formas. Siempre me gustó tratar de entender las cosas y a partir de entenderlas, poder modificarlas, realmente no como una obligación, sino como un entendimiento.
“Yo que vivía de hacer humor, hace poco entendí que cuando hacés un chiste lo que estás haciendo es ponerte de algún lado. Y que el humor siempre tiene que ser de abajo para arriba, no de arriba para abajo”
-Ahora que hablás de este tema de ser enojón, hace un tiempo escribiste en tu Facebook que cada vez había más “falsa moral y miradas inquisidoras en el público”, ¿cómo es esto?
-Hay un cambio en el mundo muy grande. El ser humano se está avivando que las reglas las escribía un tipo adentro de una caverna, y nosotros estamos siguiendo las reglas de un tipo que no tenía nada que ver con nosotros, que la moral cambia… y entonces encontramos gente que defiende libertades y defendiendo libertades lo que hace es coartar libertades. Mucho pasa con el feminismo… Yo estoy en esas luchas, sobre todo la del feminismo, pero a veces sin darte cuenta, dentro de ese tipo de libertades que vas ganando de alguna manera hacen que personas que no están del todo bien tomen como una especie de poder sobre otras y al final terminan haciendo exactamente lo mismo. Yo he sacado todos los chistes que puedan ofender, eso lo entendí hace poco, por ejemplo. Yo que vivía de hacer humor, hace poco entendí que cuando hacés un chiste lo que estás haciendo es ponerte de algún lado. Y que el humor siempre tiene que ser de abajo para arriba, no de arriba para abajo. De arriba para abajo, que un poderoso se ría de alguien que está humillado, no es ético. Pero el humor es tan animal, tan que no sabemos por qué sucede, si desde la inteligencia o desde algo ancestral… Y vos vas caminando por la calle, pasa una vieja y todo el mundo se ríe de que la vieja se cae en la calle, pero porque te alejás de ese dolor, porque si la vieja es tu mamá, que se rompió la cadera, y te tenés que quedar cuatro años cuidándola, y en esos cuatro años perdés el trabajo, tu mujer te deja, no te vas a reír una mierda de que tu vieja se caiga en la calle. ¿Pero para qué sirve reírnos de las desgracias? Y bueno, para prepararnos, también. Es como tomar vitaminas. Hasta la misma risa puede ser algo liberadora como puede ser algo inquisidora.
-¿No tenés miedo de caer en un lugar políticamente correcto?
-(Piensa Chacovachi) Justo al revés, creo que el payaso tiene que ser políticamente incorrecto. Tiene que ser correcto para uno mismo, o sea, yo creo actuar correctamente: entro mi propia locura y deseo que mi propia locura sea correcta para mi e incorrecta para lo establecido. Y cuando hablamos de lo establecido es lo que hay que romper, generalmente. Hay cosas que a mí me parecen bien, pero hay cosas que no. Yo creo que lo clásico del humor es ir contra el poder, ir contra la falsa modestia, a favor de las libertades personales.
-Entretener sin estupidizar es algo que también has dicho.
-Entretenimiento y arte son dos cosas distintas. El arte tiene la obligación de bajar un mensaje, sin duda. Una crítica, una denuncia, un delirio. En cambio el entretenimiento puede ser muy superfluo y está bien también. O sea, a ver, el entretenimiento no tiene porqué tener un peso. Pero sí podés entretener sin estupidizar, porque a veces entretenés y yo que sé, ves a Tinelli y te estás entreteniendo pero te están estupidizando. Yo no tengo ninguna duda que es así. ¿Por qué te estupidiza? Porque te sacan de tu mente y te meten en la mente de otro, en los valores de otro, en la vida de otro y vos no sos ese tipo que está ahí. ¡Vos sos un pobre tipo en chancletas que está viendo la tele! Entonces tenés otras cosas de qué preocuparte, otras cosas que defender, y si no terminás defendiendo las necesidades de otro. Te creés que sos el otro. El otro dia estaba leyendo algo de Pavlovsky que decía: “No se puede jugar a medias. Si se juega, se juega a fondo. Para jugar bien hay que apasionarse, para apasionarse hay que salir del mundo de lo concreto. Salir del mundo de lo concreto es introducirse en el mundo de la locura. Del mundo de la locura hay que aprender a entrar y salir. Sin introducirse en la locura no hay creatividad. Sin creatividad uno se burocratiza. Se torna un hombre concreto, repite palabras de otro”. Entonces, yo creo que no podés entrar en tu propia locura si vivís la locura del otro. Por eso, esto de estupidizar. Estupidizar es no tener valentía de vivir tu propia locura. Y la valentía no es no tenerle miedo a los fantasmas, ser valiente es animarte a poder pensar desde vos, a decir desde vos. Eso es lo que hace un artista, ¿no? La diferencia es esa. Un artista tiene que ser valiente, tiene que bancarse la que viene después. Pero todo lo que dice lo tiene que decir desde él.
-Con este tema de la valentía, ¿perdiste tal vez el temor, el miedo a que algo salga mal cuando salís a escena, al medio de esa ronda cuando se arma?
-Ahí yo no tengo ningún problema. Yo antes de salir a escena estoy en el mejor lugar del mundo, cinco minutos antes de salir a escena es mi momento cumbre. Estoy muy feliz, estoy deseoso de ver qué va a pasar, confío mucho en mí, porque he dado miles de funciones, estoy muy ansioso y me tengo que calmar. Después piso y entro como en una burbuja. En un mundo del que no me quiero ir. Es todo satisfacción esa comunicación con la gente. ¿Cuál es el momento más grande de mi vida? Es cuando yo voy preparando un chiste. En un lugar redondo sería lo ideal, porque el redondo es antropológico, y yo preparo el chiste, lo voy construyendo, y lo remato y escucho esa carcajada -que yo sé que van a reír, lo disfruto desde antes ya-. Y yo vengo con el segundo chiste, el contra remate y “fuaaaaa”. Y el contra contra remate. Esos momentos, esos segundos son como, no sé, nunca me piqué heroína pero debe ser algo que si se pudiera comprar la gente afanaría farmacias para comprar ese sentimiento. Siempre salgo a tratar de lograr eso, a tratar de sentirlo. Bueno, yo no tengo miedo de salir porque yo quiero eso. Es como que me siento un privilegiado, me preparé toda la vida para hacerlo. Así que en ese lugar no tengo miedo. Si tengo miedo de no seguir entendiendo lo que tengo que entender en mi vida. O sea, los payasos no tenemos problemas en escena, los problemas los tenés afuera de escena. Cuando entendés que no tenés ese poder absoluto, que no es mágico el afuera, que el cotidiano es lo que hay que domar, que es lo que a mi me importa: mi relación con mi mujer, mis hijos, mi entorno, mi casa, mi salud, mis amigos. Mis miedos.
-¿Y en eso cómo sos?
-Y…soy bastante parecido a Chacovachi, la personalidad es muy parecida. Cuando yo digo que el payaso es él exagerado, libre con el fin de hacer reír, no actúo yo, o sea que por consiguiente voy para el frente en todo. Soy muy amoroso, y me manejo por los sueños grupales en conjunto, con mi familia. Creo que tengo mucho para aprender, siempre, y cada cosa que aprendo me gusta implementarla en el momento. No me gusta saber algo que no me va a servir, soy muy práctico, todo lo que aprendo enseguida lo quiero aplicar. Yo tengo una vida muy feliz con mi familia, por fin la encontré después de tres matrimonios, hace 20 años que estoy con Maru, mis hijos son los únicos que tengo, vivo como un ensueño. Si me decís que tengo que firmar, ¿dónde firmo? Me quedo acá. Encima Maru es payasa (Maku Fanchulini) y tiene 20 años menos, o sea que tiene más fuerzas, y mis hijos van a ser payasos, van a ser trompetistas, no sé qué van a ser, pero van a ser dentro de este mundo. Entonces es como que siempre estoy agradecido. Igual mi cabeza es una cabeza que no para. Y más ahora que ya no tomo alcohol, no fumo, porque ya las dejé todas. O casi todas. Y entonces la cabeza empieza a estar fresca. Yo no sabía lo que era estar con la cabeza fresca. Entonces es genial por un lado y por otro lado decís, “Pará! Pará!” Jajaja.
-¿Cuando termina una función tuya con qué querés que se vaya la gente que te vio? ¿Qué queres que diga o que sienta?
-No sé, pero sí sé, por lo que me cuentan, que se van sintiendo que pueden ser mejores. Como con enseñanzas. No lo trato conscientemente, pero inconscientemente todo el tiempo muestro mi visión personal del mundo y la parte de la visión esperanzadora, ácida por supuesto. Yo te digo, al mundo, o a la mierda, hay que mirarla de frente pero también te podés cagar de risa. Yo tengo un contador, en este caso de chistes, que cuando comienzan el show se lo doy a una mujer y cada vez que hay un chiste, la mujer “plic”, marca. ¿Y por qué hago eso? Se me ocurrió una vez para pasar la gorra, porque dije, “estos hijos de puta se cagan de risa y después ponen diez pesos en la gorra”. ¿Cómo les hago entender? Siempre entendí que la gorra era un momento de aprendizaje, fundamental, no para el artista solamente, sino para la persona, porque te encontrás con tu propia miseria cuando un artista que te hizo reír te pasa la gorra. Y después al final de la función decía, ¿cuántas veces se rieron? ¿500 veces? ¿Cuánto valen sus risas? Entonces cuando terminaba la función yo pensaba: “Che, acá hay 500 personas, se rieron 200 veces. ¿Cuánto es 500 por 200? Cien mil. Cien mil risas, en una hora, en 25 metros redondos”. Eso cura a cualquiera. Es como que te metan en un agua curativa de la virgen de la poronga y te digan “ya te curaste” porque entraste. Esto es lo mismo, hay una cosa energética, gente distinta, de distintas clases sociales -porque la calle tiene eso, en el teatro son todos de la misma clase social, de la misma edad-. En cambio en una plaza están todos: el pordiosero, el millonario, el intelectual, el tonto, el joven, el adolescente, el viejo, el de derecha, el de izquierda, el cura, el santo, el diablo y todos los apóstoles. Entonces esa risa tiene que tener una influencia en los que la vivimos. Así que yo me imagino que algo se deben llevar y sobre todo me lo llevo yo. Yo sé que al primero que le hace bien es a mi. No lo hago ni por eso, yo todo esto que hago lo hago porque el mundo, el destino me llevó a este lugar.