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Texto: Lucas Villamil | Fotos: Xavier Martín

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Esther Díaz: "Darse el gusto contra los prejuicios es actitud punk"

 

Esther Díaz habla rápido y claro, mira siempre a los ojos y dice cosas que quedan resonando entre los libros de su biblioteca, en el departamento de San Telmo. A los 79 años tiene la perspectiva para recordar los momentos más difíciles de su vida sin regodearse en el dolor, sino entendiéndolos como circunstancias que forman parte de su ser, tal vez consecuencias de sus propias elecciones, pero siempre afirmaciones de la propia existencia. Se crió en una familia plebeya y conservadora de Ituzaingó que no le permitió hacer la escuela secundaria. Muy joven se casó y tuvo dos hijos, fue golpeada por su marido y se divorció para iniciar una nueva vida en la ciudad. En tiempo récord hizo el secundario, estudió Filosofía, se doctoró y se convirtió en una de las profesoras más populares de la Universidad de Buenos Aires. En los 80, los punks hacían fila para entrar al aula a escucharla hablar de Foucault y de Nietzche. Vivió -y sigue viviendo- el sexo con una libertad y apertura que desarma tabús, y tras ver morir a su hija y a su hijo, con el cuerpo en carne viva, desnudó su alma para transformar, una vez más, la experiencia en concepto. Primero, en el documental Mujer nómade, dirigido por Martín Farina, y después en su libro de memorias Filósofa Punk, publicado recientemente por Ariel.

“Mis colegas dicen que son dos tomos más de mi obra”, asegura Díaz en el comienzo de la charla con Almagro Revista, desde la tranquilidad de su escritorio, y explica, como ha hecho tantas veces, de qué manera la filosofía atraviesa un cuerpo. “La filosofía para mí es una forma de vida, porque hay pensamientos que se encarnan y hay formas de vivir que se pueden hacer concepto”.

-A pesar de todo el dolor que hubo en tu vida, persiste en el fondo una afirmación de la vida.

-Sí, el amor fatti. El amor a los hechos es cuando algo ya es así, no puede ser de otra manera y uno dice “¿esto es la vida? Bueno, quiero más, así la quise”. Eso es reafirmar la vida. Porque qué ganás con rasgarte las vestiduras y putear contra el destino si ya pasó, no lo podés cambiar. No quiere decir que no sufra, que no llore, pero afirmando la vida, lo otro es ir contra la corriente. Por suerte, a pesar de todo lo que me pasó, no he caído en la depresión.

 

-Eso es actitud punk.

-A mí siempre me gustaron las contraculturas, de hecho en los 60 fui hippie. Y de esta contracultura punk me interesó la crítica a la comercialización del rock, la actitud contestataria contra la autoridad y la libertad para vestirse y andar por el mundo. Yo me vestía con más artificio punk para que mis alumnos vean que yo curtía su onda, y que ellos se bancaran que yo les explique Kant. Ahora, yo no me visto ni vivo de acuerdo a la edad que tengo ni a ser mujer. Yo me opero la cara y lo digo, y no es por quitarme edad -lo primero que digo es mi edad- sino porque no me gustan las arrugas. Esa actitud de darse el gusto contra los prejuicios machistas o contra los prejuicios en general, es actitud punk. Por ejemplo, Patti Smith nunca se disfrazó y sin embargo es considerada la madre del punk. O Iggy Pop. Yo al Salón Pueyrredón no voy porque no me gusta que me escupan. En última instancia yo también escupo, pero escupo conceptos, no saliva.


"Las personas que se dedican al lenguaje inclusivo están atacando los efectos y no las causas (...). Qué me importa que me hablen con la e si me cagan a palos y no tengo lugares de poder"


-Pareciera que esta actitud punk está cada vez más reducida.

-Si, pero no está desprestigiado el movimiento. Muchos caretas actuales cuentan que en su juventud fueron punk.

 

-Es decir que lo que no está desprestigiado es haber sido punk, no serlo actualmente. 

-Claro, lo más punk mío es decir esto casi a los 80 años.

 

-¿Ves gente que tenga esa actitud en el ámbito público?

-Muy poco. Sí en las sexualidades diferentes, un Franco Torchia por ejemplo. Pero en una profesora universitaria es impensable.

 

-¿En el feminismo?

-En el sentido de la rebeldía, la ola verde, lo que hacen las pendejas y los pendejos. Yo, por ejemplo, no soy una militante del lenguaje inclusivo porque yo lo que quiero es que tengamos poder las mujeres. Cuando tenés poder imponés el lenguaje. Me parece que las personas que se dedican al lenguaje inclusivo están atacando los efectos y no las causas, el lenguaje inclusivo es un efecto del machismo, no una causa. Qué me importa que me hablen con la e si me cagan a palos y no tengo lugares de poder. No me importa que me hablen con a, con e o con o si me respetan y tengo poder. Por ejemplo, los que defienden el lenguaje inclusivo quieren que se hable con e, pero nosotros tuvimos una presidenta que decidió que la e no era inclusiva, ella no quería que la llamaran presidente sino presidenta. Aunque desde el punto de vista de la gramática es correcto decir la presidente, ella impuso que la llamaran con a. Y ahora hasta Michetti rescató lo que su archienemiga había impuesto. Inconscientemente, por supuesto. Pero sirve para el análisis: la mina que tuvo poder realmente puso la letra que se le daba la gana.

-¿El lenguaje inclusivo es una búsqueda que no sirve para ganar ninguna batalla?

-Tal vez para visibilizar, sí, a veces yo también lo utilizo. Si hablo de amigos y amigas digo amigues. No lo denosto. Pero por ejemplo Foucault, cuando lo iban a ver de las asociaciones defensoras de los derechos de los gays, decía que lo que no quería era levantar la bandera de una libertad. Decía “los gays tenemos toda la libertad sexual”. Si hubiera visto el matrimonio homosexual se hubiera querido morir. Tenemos toda la libertad sexual y ustedes quieren ir a una heteronormatividad, que fue la que nos dio la miseria sexual que vivimos. Si te querés casar, casate, me parece perfecto. Lo que no apoyo es que lo levanten como bandera, porque es volver para atrás, al matrimonio, ¿te das cuenta? Judith Butler dice exactamente lo mismo. Tendríamos que luchar contra eso, contra esos prejuicios establecidos de que la única manera de ser feliz en la vida es tener una pareja, ideas que están tan naturalizadas que ya nos parece que no puede ser de otra manera.


"Tendríamos que luchar contra esos prejuicios establecidos de que la única manera de ser feliz en la vida es tener una pareja, ideas que están tan naturalizadas que ya nos parece que no puede ser de otra manera"


-Es una de esas cuestiones que igualan a conservadores y progresistas en visiones maniqueas y moralistas.

-Tal cual, no hay término medio y no hay multiplicidad. Cada ser humano es una singularidad y no podemos universalizar. Me parece que tenemos que levantar la bandera de compartir el poder, no tenerlo. Por ejemplo, pensemos en el ejército. Si, ahora entran mujeres, pero son violadas o abusadas y no llegan a espacios de poder, no tienen poder de decisión. ¿Qué tenienta generala hay? Ni hablar la iglesia, sobre todo la católica. Ni hablar el Estado. ¿Cuántas mujeres hay en este momento? Bueno, dos, que mejor que no las hubiera.

 

-¿Cómo ves el debate sobre otros tipos de relaciones sexoafectivas, como las parejas abiertas y el poliamor?

-Con las parejas abiertas tengo mis problemas porque yo trato de ser lo más desprejuiciada posible, pero fui constituida como sujeto con esos parámetros. Trato de no demostrar los celos, pero me muero para adentro de lo celosa que soy. He tenido parejas abiertas, he estado en tríos, he hecho algunas fiestitas, pero siempre con este karma de que preferís a uno. Si estás en un trío siempre hay alguien que nos gusta más. ¿Serán culturales los celos? ¿O serán naturales? Recién lo sabremos cuando esta generación millenial llegue a la adultez. A mí, la editora del libro me decía “hay una contradicción, porque vos has sido promiscua, no tenés ningún tipo de prejuicio social o sexual, y tenés celos. Yo sé que es una pasión oscura, pero ¿por qué?” Entonces me puse a estudiar, fui a Spinoza, fui a Hume, y vi que tanto los empiristas como los racionalistas llegan a la misma conclusión, que las pasiones no las podemos manejar con la razón. Sí las podemos administrar. Yo, por ejemplo, no le hablé más a mí mamá -aunque por supuesto la mantengo- desde que me contó que anduvo con mi marido. Si me hubiese contado que estuvo enamorada de mi marido, yo no me podía enojar porque el enamoramiento es una pasión, pero sí podés manejar qué haces con ello. Por ejemplo, yo misma me siento re culpable por haberme acostado con un par de amigos de mi hija -amigos, eh, no eran pareja-, pero cuando cobré conciencia de que con eso estaba haciendo sufrir a alguien, administré. No es que no me gustó nunca más un pendejo, pero lo administré. Y por ejemplo, nunca transé con un menor de edad. Del sentimiento no sos culpable, sí sos culpable de las acciones.


"Tanto los empiristas como los racionalistas llegan a la misma conclusión, que las pasiones no las podemos manejar con la razón. Sí las podemos administrar"


 

-¿Por qué te atrae tanto el vértigo, la oscuridad?

-No lo sé, también tiene que ver con lo pasional, pero una explicación psicoanalítica medio salvaje puedo darte. Creo que fui tan tremendamente reprimida por mi familia y por la iglesia católica que quise hacerlo todo en contra. Por ejemplo, de mi casa fui la primera y única que tuvo pasión por el estudio. Mis padres eran analfabetos y yo desde chiquita sabía que quería estudiar, aunque no sabía bien qué. Mi papá no me dejó estudiar ni el secundario por ser mujer, pero al ver que yo tenía inquietud decía “ésta me va a traer el doctorcito”, y eso me indignaba tanto… Dentro mío pensaba “yo voy a ser la doctorcita”. Es por resistencia a mi familia que tengo la parresía, porque en mi familia no se hablaba de nada, era hipócrita, tapar tapar tapar. Lo contrario al hipócrita es el cínico, el que dice la verdad sin medir las consecuencias. Si algo le debo a mi familia es eso, la capacidad de resistencia. Eso y la responsabilidad con el trabajo.

 

-¿La vida fue injusta con vos?

-La vida no es ni justa ni injusta. La vida es, deviene, somos nosotros los que le damos categorías.

 

-Es la afirmación de la vida de la que hablábamos.

-Más que de la vida, de la existencia, porque a veces ponemos en juego la vida por la dignidad. Cuando se hace una revolución, por ejemplo. O cuando vivís con un golpeador y te arriesgas a irte aun sabiendo que puede venir detrás tuyo a matarte. Te jugás la vida pero por reafirmar la existencia, la dignidad, reafirmarse en lo que uno quiere. La voluntad de poder, diría Nietzche, que no es una voluntad sino un impulso, y no está solo en los seres humanos, está en la naturaleza.

 

-Después del ejercicio filosófico que habrá implicado reunir fragmentos de tu vida en un libro para ver si aparece alguna verdad, ¿sentís cierto alivio?

-Totalmente. En el libro cuento cosas que nunca había contado, siento que me jugué. Y compartirlo es como un alivio. Bourdieu se pregunta por qué publicamos, y dice que hay cosas que nos pesan tanto que ya no las podemos soportar solos.

 

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30/04/2024