La palabra “artista” resulta muchas veces de una inmaterialidad apabullante. Queda flotando en un limbo de tensiones y opacidades. Sin embargo, en la figura y recorrido de Fabio Kacero (Buenos Aires, 1 de enero de 1961) parece concretarse y presentar un sentido posible. En un devenir constante, Kacero comienza como artista plástico a exhibir sus obras y piezas conceptuales en los años noventa y su evolución lo llevó hoy en día, a trasladar sus estrategias de supervivencia e intervención de la realidad a la escritura. La búsqueda y exploración de los límites de los materiales -puede ser el acrílico, la impresión, el video, la goma espuma, la madera o una batería llena de nieve- se volvió una constante que le permitió crear objetos e instalaciones que cuestionan lógicas de acción para abrir un surco por donde se filtren nuevas maneras de pensar, sentir, reaccionar. Para comprobarlo se puede visitar su página dentro del sitio de la galería de arte Ruth Benzacar. Hace ya diez años que publica obras escritas. Pero sus libros, por llamarlos de algún modo tradicional, terminan siendo piezas únicas que van más allá de los cercos y las escenografías que responden a los géneros.
En el 2006, Fabio Kacero montó una exposición a la que llamó de forma elocuente y confiada “La muestra del año”. En ese momento dijo la prestigiosa crítica de arte María Gainza: “El universo de Fabio Kacero presenta una duda radical. Sus trabajos, completamente desviados de todas las categorías del arte, pertenecen a un estado fuera del arte, algo que aún no podemos designar y por lo tanto, menos aún, pensar. Alguna vez se entroncó su obra en la línea del arte concreto argentino, pero basta detenerse, al azar, sobre cualquiera de sus objetos, para ver que son piezas demasiado polimórficas, demasiado poco unívocas, para estar ligadas por un solo lazo de parentesco. Por ejemplo, en sus últimos libros agujereados, el efecto rayos equis que producen las perforaciones podría rastrearse vagamente hasta el Etant Donnés de Duchamp, pero Kacero dice que mucho tiempo después descubrió en los círculos un eco lejano de Léger: “Debe ser esa inadvertida persistencia de ciertas formas que emerge cuando uno se pone a trabajar”, duda Kacero.”
¿Cómo piensa y crea alguien que trabaja de este modo? La movilidad no es sólo patrimonio del transporte público, los barcos y los pájaros. El arte que produce Kacero está en movimiento desde hace tiempo. Intentar acercarse a ese proceso creativo impulsó la necesidad de escucharlo y hacerle algunas preguntas.
En La pasión según G.H., la escritora brasilera Clarise Lispector dice algo impresionante: “Voy a crear lo que me sucedió. Solo porque vivir no es relatable. Vivir no es vivible. Tendré que crear sobre la vida. Y sin mentir. Crear sí, mentir no.” Dialogar sobre el backstage del funcionamiento de una mentalidad en acción puede parecer una utopía destinado al fracaso. Pero hay que intentarlo.
¿En tu caso es posible rastrear y descubrir el momento en que nace una idea para una obra?
El momento en que nace una idea… Primero dejame decirte: no sé. Después dejame rellenar ese no sé lo mejor que se pueda, que es lo que mayormente hacemos, ¿no?… ¿Cómo percibir el comienzo de algo? ¿Y de algo tan evanescente como una idea? Sería, pienso, como preguntar por el momento en que uno se da cuenta de que está enamorado, y es un poco extraño porque cuando uno se descubre enamorado es porque había un momento previo en el que estaba, pero no lo sabía. Tal vez con las ideas pase algo similar. Podría en todo caso ubicar algún comienzo, pero no del tipo al que vos te referís. Recuerdo por ejemplo cómo comenzó mi último libro en Mansalva. Yo le había propuesto a Francisco Garamona (editor de Mansalva) hacer un libro colectivo que consistía en pedirle a gente cercana a la editorial, escritores, artistas, músicos, que contaran un sueño –escribir un sueño, breve, de no más de una página de extensión, digamos– para después recopilarlos y hacer un libro que se podía llamar, propuse: “Antología del sueño argentino”. Francisco se entusiasmó con la idea pero como el tiempo pasaba y no se concretaba, y como yo no soy insistente, un día le dije: Che, ¿sabés qué?, la “Antología del sueño argentino” la voy a escribir yo. Y así fue como me puse a escribir el libro. Yo ya tenía pensado decirle eso a Francisco, pero ¿cuándo se me ocurrió asumir yo ese proyecto?, ¿y cuándo –antes– se me ocurrió la idea de ese libro colectivo? Son momentos que no puedo rastrear. En fin, veo que no avanzo mucho del no sé inicial…
“Lo que no se apoya en la emoción da como resultado una materia fría; quizá virtuosa, quizá espectacular, pero que finalmente no detonará a demasiada profundidad.”
¿Cómo desarrollás las ideas una vez que aparecen?
Como sea que una idea aparezca, la cuestión es que una vez aparecida debe confrontar con la materia, y ahí difícilmente permanezca en su estado inicial, o sea, muta, se enrarece al perder su idealidad. La materia escritura, por caso, enrarece como cualquier otra, y aún más, lo que se ha concebido previamente. El recorrido de una idea, podríamos decir, se pierde en sus extremos: desde su aparición, evanescente, como de la nada, hasta su destino final al entrar en contacto con los otros, con la lectura y el juicio de los demás. Y eso es algo de lo que no se tiene control, aun cuando un artista pretenda manejar con el discurso la intención y el significado de una obra. Cosa que termina provocando un efecto, en ciertos casos, empobrecedor, y más cuando el discurso ya perece como inscripto en la misma obra. Pero bueno, una obra y su statement parecen ser hoy en día las dos caras de una misma moneda. Como si algo ya naciera débil o incompleto y necesitara ser apuntalado y completado con la palabra. Y la palabra, a menudo, en su peor encarnación, la retórica.
¿De qué manera seleccionás los materiales con los que vas a trabajar una obra?
Un material cualquiera –gomaespuma, video, nieve artificial, acetatos de colores (todos materiales que utilicé)– ya puede venir asociado al concepto de una obra; incluso el mismo material se constituye en ocasiones en un punto de partida, en fuente de ideas. El barrio del Once, la calle Boedo y sus negocios de marroquinería, la avenida Warnes y los negocios de venta de autopartes… todos lugares que yo recorría en una época buscando estímulos, inspiración. De todas maneras, poner en la realidad lo que se tiene en mente tampoco es un proceso mecánico; salvo quizá para el arte conceptual, en un sentido más restringido, donde la idea es lo que está por delante de todo y la materia sólo le sirve de mero soporte. Yo en los años 90 hice unos objetos acolchados –que fue lo que en esos años me dio mayor visibilidad–, y ya en la misma concepción de esos objetos los veía como productos de una especie de experimento genético. Tomemos de la realidad, me decía, un elemento de una tapicería, de una lápida de cementerio, de un aparato de gimnasio, de una tabla de surf… procesemos todo y veamos qué aparece. Pero ese tipo de planteo nunca es tan claro porque eso ocurre más bien en el plano de la intuición, nunca es tan articulado de antemano, al menos no para mí… Es lo discursivo –del que uno tampoco deja de estar del todo exento–lo que viene a “clarificar” después las cosas, o a traducirlas de ese fondo intuitivo más oscuro del que surgen. Sería bueno aclarar, en relación a lo que venía diciendo, que la palabra idea tiene usualmente un matiz intelectual, mental, y me parece que la idea que concibe un artista desde su origen es, en todo caso, una idea-emoción. A mí me parece que lo que no se apoya en la emoción da como resultado una materia fría; quizá virtuosa, quizá espectacular, pero que finalmente no detonará a demasiada profundidad.
“Con el paso del tiempo mis objetos se fueron reduciendo, perdiendo materia, y en ese proceso de desmaterialización progresiva es como llegué, en parte, a la escritura.”
¿Qué función cumple el tiempo en el trabajo que realizás con tus obras?
El tiempo en el contexto del trabajo, vendría a equivaler a algo así como tiempo de cocción, que en mi caso suele ser muy largo… Fuego lento te diría, un tortuoso y a la vez gozoso espiedo…A veces tengo la impresión de que en realidad es el tiempo mismo el que hace las cosas, y que uno sólo está ahí, como instrumento de él, como si fuera parte de esa misma cocción. Lo que me lleva a pensar, desde ese lugar, en algo que podría enunciar así: a la hora de hacer -llamémosle arte a ese hacer- es mejor sumergirse en el tiempo que en el yo. No sé muy bien lo que quiero decir con esto, pero con sumersión en el tiempo no me refiero a la voluntad de ser actual, de montarse sobre la ola del presente, es más bien la idea de canalizar una fuerza que está más allá de uno mismo, donde la voluntad o las intenciones individuales juegan un papel menor. Lo más que se puede hacer desde esta posición, de por sí medio insostenible –porque uno no puede llegar ahí deliberadamente– es como hacían los antiguos, implorar por el favor de las musas, que es similar a lo que hace Martín Fierro cuando comienza a cantar con su vigüela y le pide ayuda de los Santos del Cielo para que refresquen su memoria y desanuden su lengua. O también, siguiendo con esto -digo recordando una historia que leí el otro día- se puede tener la fortuna de contar con el favor de un pez agradecido… La historia a la que me refiero es la de un marroquí que vivió muchos años con Paul Bowles y que le contaba cuentos a él, cuentos que Bowles grababa y que después desgrababa y los escribía como cuentos suyos. La cuestión es que este marroquí decía que en una ocasión le había salvado la vida a un pez, y que el pez, en agradecimiento, le contaba a él las historias, que luego él a su vez le contaba a Bowles.
¿Cuándo una obra está terminada para vos? ¿Qué lugar le das a la corrección, a lo inconcluso, a la destrucción?
Soy un corrector maniático, digo volviendo a pensar en la escritura, que a fin de cuentas es mi actividad dominante de los últimos diez años. De hecho, casi no distingo mucho entre escribir y corregir, pero no porque no corrija sino porque no escribo, para decirlo de un modo medio absurdo. A los términos de la frase lamborghiniana de no leer pero subrayar, acá podríamos reemplazarlos por no escribir pero corregir. Me doy cuenta de que esto de la corrección obsesiva puede sonar contradictorio con lo que dije antes, que expresa una actitud voluntarista, controladora. Y creo que sí, que es contradictorio. Pero son cosas que funcionan de esa manera, medio en cortocircuito. Reconozco una voz interior superyoica, insistente y nunca satisfecha que dice algo así como: podría estar mejor. Gran motor la insatisfacción, dicho sea de paso. “I can’t get no satisfaction, and I try and I try and I try”, cantaba Mick Jagger. Y es eso lo que provoca, al menos en mí: intentarlo, intentarlo, intentarlo. Pero ese “estar mejor” que mencionaba recién no tiene el sentido de perfeccionamiento, como quien dice perfeccionamiento formal. Es otra cosa, difícil de explicar, y también excede lo literario. No creo además que la perfección sea una buena idea para el arte. En cuanto a la destrucción, nunca toleré mucho los objetos, y nunca tuve mucho espacio para trabajar, así que algunas obras de los 90, por ejemplo esos acolchados que te contaba, que eran grandes, los destruí, y en algunos casos me deshice de obras no sólo por su tamaño… Sin embargo, con el paso del tiempo mis objetos se fueron reduciendo, perdiendo materia, y en ese proceso de desmaterialización progresiva es como llegué, en parte, a la escritura. Que en realidad comenzó con un ejercicio de tipeo interminable al que llamé “nemebiax”, que terminaría siendo, en rigor, mi primer libro, en el 2003, y que consistía en miles y miles de “palabras” sin sentido, encolumnadas, que aún sigo escribiendo, aunque no con el ritmo frenético de sus inicios. Yo me sentía por entonces encarnando el papel de un cabalista desquiciado que en la búsqueda de EL nombre se proponía escribirlos todos, como si fuera factible agotar las posibilidades combinatorias de las letras.
“Soy demasiado cambiante, inestable, para ser programático. El método puede devenir en una fórmula, y en ese sentido, me parece, deberíamos tener cierto cuidado.”
¿El trabajo para vos es simultáneo: abordás varias obras a la vez o vas de a una y así hasta que aparezca otra? ¿En ese sentido hay un “método” en vos?
Puedo trabajar de ambas maneras, concentrado en una sola cosa, o haciendo varias a la vez. Lo que me requiere más concentración es justamente la escritura. El año pasado me dediqué casi exclusivamente a terminar la “Antología del sueño argentino”. Mechaba con alguna otra cosa, para variar un poco, pero mis energías estaban enfocadas en el libro. ¿Método?, nunca tuve, y creo ser demasiado cambiante, inestable, para ser programático. El método puede devenir en una fórmula, y en ese sentido, me parece, deberíamos tener cierto cuidado. Tal vez haya en mí algún tipo de sistema subterráneo, un modo, o modos de trabajo dominantes, pero me falta distancia para poder detectarlo. Observo uno sin embargo que está presente en obras muy disímiles, tan disímiles como por ejemplo los dibujos que hago en la computadora, las “naturalezas muertas” compuestas con los mismos acolchados, pero ya miniaturizados, y el nemebiax. Todos se basan en un mismo principio generador: la combinación y recombinación interminable de elementos discretos. En los dibujos esos elementos son un repertorio de ciertos patrones o formas que se repiten, en las “naturalezas muertas” son las piezas intercambiables que preexisten a los conjuntos que luego se pueden armar, y en el nemebiax son las letras del alfabeto. En el texto que escribí en su momento para el nemebiax, sintetizaba ese principio en una frase: “Lo infinitamente posible en la forma de lo infinitamente combinable”. Tengo, sí, algunos hábitos de muy larga data que me sirven, o que me ayudan; y me ayudan porque son como estados que tienen una frecuencia diversa de la mente ordinaria, por así decir. Uno es caminar; largas caminatas diarias; y el otro es quedarme en la cama, una hora o más, justo después de despertarme, que es un momento bastante único; como nebuloso y lúcido a la vez; ya no estoy dormido, todavía no estoy despierto del todo… no sé, pero ahí, debajo de las sábanas, sin abrir los ojos, surgen o capto cosas muy diversas, y muchas referidas a lo que estoy haciendo en el momento. Para escribir ni qué decir que me funciona, pero no es tanto que se me ocurre una frase y después cuando me levanto voy a la computadora y la escribo; puede pasar eso, seguramente, pero escribir… es imprevisible, una vez que uno comienza a pulsar las teclas todo se desvía. Porque la escritura es así, como ya se dijo del espíritu, sopla donde quiere.
Fabio Kacero recreando su performance “El muertito” en la que en distintos puntos de una ciudad se filmaba a sí mismo haciéndose el muerto.