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Texto: Edu Benítez | Fotos: Julia Sbriller

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"Fantaseamos con enamorarnos en un pueblito de Italia, pero terminamos teniendo sexo gracias a Tinder y Happn"

Desear y ser deseable en el magma digital son tareas que parecen demandar una ilimitada cantidad de tiempo y esfuerzo. Aunque percibamos que lo hacemos sin demasiado trabajo, nuestra disponibilidad para desplegar una existencia seductora entre pantallas supone un continuum 24/7. El mercado del deseo on demand funciona sin pausas y entre sus quehaceres cotidianos está el de ficcionalizar la propia persona, un relato de sí que tiene como exigencia el performateo constante del propio cuerpo. Una problemática muy actual que Florencia Pavoni analizó en su ensayo, Técnica y afectividad, donde se ocupó de rastrear las huellas del ideal romántico y las mutaciones del imaginario amoroso moderno a partir del estudio de las nuevas -y no tanto- aplicaciones de citas. 

 

Docente en la Universidad Torcuato Di Tella y ayudante en el Seminario Informática y sociedad en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA), Pavoni describe a las love apps -Happn, Tinder, Badoo, Bumble, OkCupid- en el marco de lo que la socióloga Eva Illouz llama Capitalismo emocional. Un escenario que se articula a una ideología felicista, donde se da el borramiento de cualquier tipo de malestar; al menos en la representación publicitaria que estas redes hacen de sí mismas. Y en su centro un sujeto moderno que se encuentra en una búsqueda afectiva omnipresente -condición acentuada por la aparición de los smartphones- y se ejercita en la necesidad constante de afirmarse a partir de la mirada que le devuelven los millones de otros que pueblan la matrix. 

 

¿Qué relación establecen los usuarios con la soltería a través de las love apps? ¿Tinder, Happn, OkCupid se presentan como antídotos contra la angustia y la soledad? ¿Qué sucede con el pasaje de lo virtual al plano físico en una coyuntura cuya condición supone el aislamiento obligatorio? En el diálogo que sigue se habla de la espectacularización del cuerpo en el contexto de las redes. También se habla de swipear, de matchear, de coaching sentimental, de availability: constelación de palabras que por momentos ponen en evidencia el acoplamiento entre amor libre y libre mercado. 

 

-¿De qué manera fue apareciendo la necesidad de gestionar encuentros sentimentales a través de medios técnicos? 

-Me gusta pensar que hubo una preparación previa a la aparición de la tecnología. Hubo una adaptación sentimental como pudieron ser las celestinas o los matrimonios arreglados. Toda la cultura romántica, que hoy sigue vigente, funcionó como caldo de cultivo para esta máxima expresión de racionalización aplicada al deseo. La cuestión de la mediatización de los encuentros amorosos tiene su inicio en los años 60 cuando se hizo el primer experimento de matchmaking con una computadora. Se les pidió a distintos estudiantes de una universidad de Estados Unidos que llenaran un formulario, se hizo una suerte de assessment con distintos requisitos y el computador matcheó unos con otros. Eso devino en una serie de experimentos interesantes y en servicios de suscripciones que fueron muy populares en Estados Unidos, donde uno podía suscribirse y tenía acceso a una base de datos curada de acuerdo a ciertos criterios. Los típicos filtros de Tinder -el rango de edad, la distancia- estaban presentes en la mentalidad de esos primeros experimentos. Haciendo un salto muy hacia adelante, ya con internet democratizado, aparecen las salas de chat, speed dating, el minitel francés. Pero si vamos hacia atrás, en los años 20 del siglo pasado existía el correo sentimental o los pequeños avisos que se colocaban en los diarios: “Señora madura busca un hombre honrado, de buena posición”. Todas esas viejas tradiciones se fueron reciclando hacia lo que vivimos hoy.

 

- ¿Qué novedades incorporan las love apps en ese sentido?

-Lo que estas apps vienen a introducir es la disponibilidad de que “algo pase” las 24 horas, los siete días a la semana, los 365 días del año. En inglés se lo conoce como availability. A diferencia de una cultura tradicional del cara a cara donde los bares abren a una determinada hora y cierran a otra, estas apps -funcionando en la lógica del supermercado- te dan la posibilidad de estar matcheando en el baño de tu casa, en la oficina. Generan una hiperproductividad volcada al encuentro: en todo momento, en cualquier lugar. Una sala de espera de un consultorio médico puede ser la antesala para una relación o un encuentro casual. Lo cual, traducido a nuestra época de hiper exigencia, todo lo que está disponible se nos vuelve una obligación por el mero hecho de estarlo. Lo que parece insoslayable es que la interacción o la experiencia de usuario que nos proponen estas apps es tan simple que es muy difícil negarse.   


  "A diferencia de una cultura tradicional del cara a cara donde los bares abren a una determinada hora y cierran a otra, estas apps -funcionando en la lógica del supermercado- te dan la posibilidad de estar matcheando en el baño de tu casa, en la oficina. Generan una hiperproductividad volcada al encuentro: en todo momento, en cualquier lugar"


 

-En tu texto decís que esto se emplaza en el contexto de un capitalismo emocional, donde ya no se compran objetos físicos sino objetos sentimentales. ¿Podrías describir este escenario?

-Eva Illouz habla de una nueva era donde lo que se revaloriza son las emociones y no tanto la compra-venta de cuestiones materiales. Es el gran verso del marketing: la venta de experiencias y un presente con una fuerte impronta en optimizar la cuestión de las emociones. En un libro posterior, Happycracia, Eva Illouz hace una crítica muy dura a ese capitalismo emocional volcado a la industria de la felicidad: la cultura romántica se nutre mucho de esto. Es muy problemática la relación entre amor, deseo, felicidad y capitalismo emocional. En medio de todo eso ubico a estas love apps como celestinas que no tienen nada de desinteresado. Al mismo tiempo todo esto nos habla de un determinismo afectivo: una cuestión ineludible que tenemos con respecto a nuestra subjetividad moderna, que por más disruptores que queramos ser, siempre necesitamos la presencia de un otro para confirmar quiénes o cómo somos. 

  

-¿Cómo se dio esta condición cada vez más acentuada de ese sujeto moderno que necesita reconfirmarse en la mirada de los otros?

-Como sujetos sexoafectivos, hoy en día se nos confunde mucho el estado de soltería con el estado de soledad. Esos dos conceptos, que están anclados en la falta, acentúan aún más esa necesidad de confirmación. Necesidad que las love apps, mediante sus estrategias, saben explotar a la perfección. 

  

 

- ¿Las love apps tienen estilos diferenciados a la hora de convocar a sus usuarios?

-En Tinder lo que más predomina es la foto y eso habla de una cultura que hace una oda al cuerpo de manera intensificada, y la acompaña una Bio breve donde el usuario juega a ser un poco sarcástico. Tinder te da la tecnología para que se conozca gente que de otra manera no se hubiera conocido. Se posiciona como un nuevo destino amoroso: destino como fuerza ulterior que junta gente y destino como lugar donde uno mismo va a buscar cosas. En cambio, Happn propone otro plano porque su posicionamiento parte de la coordenada de lo real, no desde la virtualidad. Y sólo busca emparejar a gente que ya se ha visto, cruzado. Si ves los spots de Happn tienen una miel recargada, una cuota de Romeo y Julieta: dos personas que se ven y flashean ese “instante de captura” como diría Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso. Tinder es todo lo contrario, te propone que todo eso caiga. Te dice: “lo virtual es tan real como eso que llamamos real”. Bumble por ejemplo me parece muy atractiva porque su posicionamiento tiene que ver con que las chicas vayan al frente y con una clave feminista. La creadora es una ex CEO de Tinder que después de un encontronazo con el dueño, se separó y abrió su propia red social dirigida al público femenino, donde las chicas tienen el poder y hay miles de herramientas anti acoso. De OkCupid es de la que menos hablo porque es la que me resulta menos interesante. Lo que sí puedo decir es que durante mucho tiempo pretendió venderse como una app basada en la ciencia. A partir de una cuestión muy matemática, formulada y basada en un estudio a fondo de la personalidad de los usuarios, buscaba dar garantías sobre la curaduría que hacía para emparejar gente. Hoy las agencias matrimoniales -que las hay- siguen funcionando con esta misma lógica hiper racional e hiper cognitiva: cuanta más información tengo sobre el otro, hay más herramientas para hacer que funcione. A diferencia de décadas anteriores, lo que internet y las love apps -incluso Instagram y Facebook- evidencian es que uno llega al primer encuentro no sólo con el deseo sino con la certeza de tener mucha información disponible sobre el otro. Si uno quisiera podría saber en qué barrio vive la otra persona, incluso en qué departamento, o perfilar su nivel socioeconómico. Y no porque uno sea stalker o un neurótico y lo quiera averiguar, sino porque el otro voluntariamente expone su información. Eso es lo novedoso en esta época. En décadas anteriores lo que era deseable en una mujer -e incluso en un hombre- era el recato, lo reservado o la humildad. Hoy, el hecho de no aparecer en redes sociales, no brindar información, no tener un perfil público se convierte en algo sospechoso. Te sigue un pibe o una chica que tiene diez publicaciones y treinta followers en Instagram y ya te preguntás si esa persona realmente existe o es un troll. 


 "Happn tiene una miel recargada, una cuota de Romeo y Julieta: dos personas que se ven y flashean ese “instante de captura” como diría Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso. Tinder es todo lo contrario, te propone que todo eso caiga. Te dice: “lo virtual es tan real como eso que llamamos real”"


 

-Uno tiene la sensación de que las love apps borran lo imprevisible, lo azaroso de los encuentros…

-Lo que sucede es que todavía se convive con una cultura romántica muy tradicional. Tinder se lanzó en 2012 y en ese momento traía como mochila el karma de estar supliendo a las webs de citas, que eran percibidas como para gente desesperada o solterona, y todo esto inscripto dentro del coaching sentimental: grupos de personas que enseñan a seducir. Llegó Tinder e intentó borrar ese karma y mucha gente -académicos, periodistas- empezaron a decir “se terminaron o están en riesgo las citas cara a cara”. Incluso hablaron de un día D, poniéndole fecha de vencimiento a la cultura de los bares, del cara a cara. Lo que es cierto y lo que resulta interesante de este momento es que, a partir de ciertas innovaciones técnicas, lo viejo empieza a reciclarse. Y también hay que entender que si aparece algo nuevo es porque hay una domesticación para que eso ocurra. No es que Tinder o Happn surjan de la nada, vengan a barrer con todo y a proponer encuentros superficiales. En realidad, hace rato venimos funcionando en esta clave. Es muy extraño o son contados los casos de personas que se enamoran, se casan o conviven por fuera de su clase social. Esta mentalidad hiper racional de juntar la mayor cantidad de información antes o durante el encuentro con otro, ya venía desde hace décadas. No deja de sorprenderme que, si pensamos en Hollywood, los encuentros entre personajes de las películas románticas nunca se dan a través de estas apps. La ficción asimila como dato de color a las love apps. No hay muchas expresiones culturales de historias que se forjan con estas redes y aún así millones de personas las usan. Prefiero pensar a las love apps como herramientas de transformación pero que no traen el fin del cara a cara. De hecho, el cuerpo es una clave fundamental y se revaloriza. 

  

- ¿Y qué pasa con el cuerpo en tiempos de aislamiento obligatorio?

-Bueno…Tinder sabe que la gente hoy no puede encontrarse y está ofreciendo videollamadas como opción de funcionalidad. A través de la técnica está buscando cómo reemplazar el cuerpo. Y aun así, en medio del Covid-19 y todos los riesgos que hay, las personas se encuentran igual y rompen la cuarentena. Ya se usa Tinder y Happn con este fin. Es muy fácil: ponen el rango a menos de un kilómetro, matchean, salen con el barbijo, con la bolsita del supermercado y entran a un departamento. Esto es innegable, se sabe. No digo que esté bien o mal. No juzgo: sólo digo que sucede. Mi forma de analizar las cosas me impide creer que mañana nuestros vínculos van a cambiar radicalmente por el Covid-19. Realmente hay una resistencia a que las cosas cambien, y hay que entender que el cuerpo es irremplazable. Salvo que lleguemos al caso de Japón donde la sociedad es muy diferente en relación a la soledad y donde han sabido desarrollar protocolos y tecnologías de reemplazo del cuerpo. No se si algún día llegaremos acá a eso, y definitivamente no lo deseo. Pero tenemos que evitarnos esos análisis simplistas que dicen que las love apps terminan con el cara cara, con el cuerpo, con el romanticismo. 

  

- ¿Por qué sigue operando el ideal romántico si el prejuicio diría que las love apps son opciones para practicar el amor libre?

-Creo que son décadas de pensar que la soltería es igual a la soledad. Y que eso sea un problema, aunque hoy se haya avanzado muchísimo. La gente que elige la soltería como un estilo de vida no está tan mal vista como antes, pero en general la soltería no es pensada como un destino deseable. Entonces la soltería nos aparece como un problema a gestionar, y lo digo incluso desde el lado del management: tácticas, estrategias, procedimientos para lidiar con eso. Hace poco recibí una frase que me pareció muy fuerte: “quiero gustar de alguien”. Hoy la cuarentena comprueba todo esto: la gente se siente sola y no se lo banca. No se banca la ausencia de un otro que reconduzca su energía. Pero en términos generales, creo que hoy no se puede pensar que si alguien está en Tinder es porque está desesperado. Ya se llegó a cierto estado de aceptación y normalización. Obviamente siempre hay un debate sobre si son las aplicaciones más idóneas para encontrar el amor. 


 "La gente que elige la soltería como un estilo de vida no está tan mal vista como antes, pero en general la soltería no es pensada como un destino deseable. Entonces la soltería nos aparece como un problema a gestionar"


 

-El despliegue de encanto que quedaba pendiente para la cita, para el paso al plano físico ¿Cómo se restituye durante la cuarentena?

-Primero uno tiene que adaptarse a la situación. Y después desplegar una serie de tácticas y estrategias propias de la coyuntura. La cuestión tecnológica nos invita a repensar esa educación o esa práctica de la seducción; eso que nuestros abuelos llamaban “la labia”. ¿Qué pasa hoy? Estamos en pausa y no nos lo bancamos. El sujeto moderno es ante todo consumidor y elector. Y estas apps enaltecen esa condición de sujeto elector; no hay nada más ligado a la libertad que elegir. Y uno cuando swipea, cuando matchea no sólo elige, sino que se siente elegido. Entonces la gran clave del éxito de estas apps es que sientas que no hay nada más lindo que te elijan, y obviamente que es algo muy aparejado a la lógica de consumo en la que vivimos, comemos y nos enamoramos. Vivimos en una época de contradicción constante donde están las love apps que son hiper racionales, pero seguimos sosteniendo la cultura del amor romántico. Fantaseamos con enamorarnos en un pueblito de Italia, pero terminamos teniendo sexo gracias a Tinder y Happn

 

-Está claro que en las redes se juega una espectacularización de la vida. Vos hablás sobre cómo se jerarquiza el cuerpo y se presenta un mundo ficcionalizado, edénico ¿Qué pasa con eso en cuarentena?

-¡Claro! ¡Qué hacemos con las fotos del viaje al Sudeste Asiático si no las podemos transformar en un capital de cambio para que el otro me elija! (risas). El hecho de que el encuentro esté en pausa me hace pensar que toda la gente que está apostando por conocer a alguien en estas redes y está manteniendo vivo el interés para encontrarse eventualmente cuando se pueda, está inserto en lógicas productivas. 

 

-¿Cuáles son las características de ese sujeto moderno inserto en el mercado del deseo? Me interesa esta línea que trabajas sobre el hecho de que siempre algo se escapa, siempre algo falta… 

-Si… creo que siempre vamos a estar anclados en esa falta. Por esto que te decía antes: heredar siglos fomentando la cultura romántica. Al mismo tiempo, insertos en la cultura del espectáculo, donde se considera al otro como una fuente de likes o una fuente de confirmación, se hace muy difícil que podamos dejar de pensar en esa clave. El otro siempre representa un rédito, una fuente de afirmación de lo que soy. 

 

-Esa acumulación de likes como garante de cierto bienestar… ¿No abona a la teoría de que el cuerpo está cada vez más desplazado o abstraído de los vínculos?

-Elijo no ser apocalíptica con respecto a eso porque, así como alguien puede encontrar placer o afirmación en esos likes, tal vez después va a La Bresh (fiesta virtual que convoca a millones en plena cuarentena) y de ahí sigue a millones de personas en Instagram. Sí es cierto que hay una reconfiguración de la coordenada del cuerpo. Pero me gusta pensarla en el sentido de que se intensifica esa oda al cuerpo como recurso, como anzuelo o como capital a explotar. Antes el cuerpo -más en la mujer- era una fuente de resguardo. Lo dice Paula Sibilia en La intimidad como espectáculo: la arquitectura de las casas con ventanas con grandes postigos, con paredes anchas, estaba pensada en función de resguardar el cuerpo o a la escena familiar de la mirada de los otros. Hoy un departamento es todo vidriado. Con la espectacularización de la personalidad se da una voluntad de exposición. Antes uno consumía personalidades del espectáculo, ahora uno es el curador de su propia espectacularización y sale a explotarla. Esa es la clave de la época.  

Foto: Catalina Bartolomé

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26/04/2024